sábado, 4 de febrero de 2012
coporaque y vuelta a arequipa
Me levanto temprano a comprar los boletos para Arequipa. Ya ha dejado de llover y ha salido el sol. Salimos a las dos de la tarde, nos da tiempo a hacer otra excursión esta mañana. Mientras Miguel acaba su trabajo, desayunamos en la feria (los jueves en Chivay) una patata rellena de verduras, huevo y carne, y una trucha del Colca. La patata, hecha masa, cubre el sofrito y se le va dando forma con las manos, luego, se echa a la sartén ya harinada. La señora me deja hacerle una foto haciéndola. Está bastante rica, la trucha también.
Cuando aparece Miguel nos vamos en combi a Coporaque, otro pueblo que está recuperando la Agencia de Cooperación y que mantiene su trazado, calles y casas antiguas. Su plaza tiene una preciosa iglesia con una galería en la fachada muy especial, con dibujos en sus piedras y vigas de madera labrada. La puerta para subir está abierta. También tiene varios arcos coloniales como inicio de sus calles y alguno de la República. Miguel nos enseña también la casa de la cultura, que ha construído la Agencia a la manera antigua para uso del pueblo, junto con algunas viviendas. Detrás de la iglesia está la primera capilla del valle, la de San Sebastián de 1565, una construcción al estilo coyagua y guari, con una puerta renacentista como pegoteada.
Subimos un camino hasta la gran pared cortada en busca de unas tumbas coyaguas. No es que sea un camino complicado, es que nos falta el aire. Son construciones pegadas al muro de piedra del acantilado. Hay muchos huesos y calaveras, algunas deformadas. La gente sigue dejando presentes. Desde aquí arriba se ve todo el valle con sus terrazas y cactus, el monasterio de San Antonio, construído sobre un templo inca y el ilegal hotel de lujo Colca Lodge, construído en un meandro del río y unos cuantos cohechos.
Se pone a llover. Bajamos corre que te pillo a la uña capiro y en la plaza pillamos la combi que sale antes de llenarse para coger la gente de la feria de Chivay. Un señor lleva una hoz al hombro. Se queda a mitad de camino, en su chacra, es uno de los beneficiarios de las casas que construye la Agencia. Miguel lo conoce y habla con él.
Miguel nos cuenta que la Municipalidad prohibió que los chanchos anduviesen sueltos por el pueblo, por lo que construyó una suerte de cárcel de chanchos, donde pueden llevarlos cualquier vecino. El propietario tiene que pagar una cantidad para llevárselo. Hay ahora una especie de fiesta en que los niños se dedican a coger chanchos por la calle para llevarlos a su presidio.
Comemos en el mercado un sandwich de trucha y papa rellena. Me llevo una buena tajada de sandía que nos comemos ya en el bus. Las mujeres gritan empanada salteña, chicharrones, papita rellena, y una niña de seis años aguita, gaseoooosa.
Subimos a la pedregosa pampa hasta que sólo queda ichu, yaseta y un liquen verde llamativo que parece pota del increíble Hulk. Hay zonas empantanadas llenas de charcos y pasto donde abreban cientos de llamas y casas de piedra donde viven los pastores. De una de ellas se montan dos niños con las caras heladas y cortadas, y con gorritos de lana.
En la bajada notamos la presión, vemos varias vicuñas y unos acantilados extraños formando cúpulas negras como las de lo alto de las torres de las iglesias, muy cerca del cruce con la carretera de Puno. Desde aquí, sólo veremos niebla hasta los sucios arrabales de Arequipa, donde se bajan los niños.
Nuestro hostal favorito y El Caminante, junto al convento de Santa Catalina, están llenos. Encontramos sitio en Le Foyer. El dueño es vivo y simpático, me recomienda un sitio donde me pueden reparar la malograda computadora, cosa que consiguen en pocos minutos y por veinte soles (soy feliz).
Recorremos esta bulliciosa y contaminada ciudad llena de taxis. Cenamos en los quioscos de la calle, yo pruebo el chorizo, y dormimos malamente pues el vivo abrió esta noche el bar y se quedaron riendo y charlando hasta las seis de la mañana.
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