Del casino de la Mestanza gloriosa de las minas, la construcción del pantano y la llegada de los serranos, solo queda esta mesa hexagonal para jugar a las cartas. Todo ha ido desapareciendo poco a poco hasta convertirse en un bar cuasi privado amigo del follón. Los socios han desaparecido y, los que quedan, ya no gustan de ir a ver en qué se ha convertido, con la única alegría de no tener que pagar su mantenimiento/destrucción. No soy feliz en este sitio en el que no me pueden poner un café porque acaban de abrir (¡a las doce de la mañana!) al que me acerco sólo para llorar sobre el cuero lleno de marcas de jugadores muertos, emigrados, aburridos.
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