miércoles, 17 de agosto de 2011
18may09 halong-hanoi
Por la mañana temprano, el nivel del agua a bajado dejando una zona extraña bajo los mogotes. A las seis ya es de día. Oigo dos chop fuertes, se están tirando al agua. Me asomo a la ventana y doy los buenos días, estos sí que son buenos y no muchos que damos.
Me pongo el bañador y me tiro. Doy brazadas sin cesar hasta que paro y me extasío rodeado de mogotes entre la niebla. Quiero disfrutarlo al máximo y me hago el muerto mirando el cielo, sin hacer un solo movimiento. El agua está templada. Los motores bajan el volumen y las voces se pierden mientras mi mente se pone en blanco. No sé si me duermo.
Dévora no quiere tirarse y le muestro la escalera. Lion saluda desde la terraza y se tira en un gran chop. Subo saludando a la australiana gordita que siempre está aparte. Se acerca una barca con una familia con niños muy pequeños. La vida es muy dura en el paraiso. Mientras desayunamos nos desplazamos por la bahía. Se van algunos y vienen otros. Formamos un pequeño grupo de veteranos, entonces la gordita australiana surge.
Dibujo a los niños de la pequeña isla flotante de madera. Sebastián me hace fotos. Ty quiere que le arranque la hoja. Le digo que no puede ser y se queda triste. Kim no para de saludar con la mano mientras nos alejamos. Goodbye Kim.
Me baño otra vez. La corriente me aleja del barco y tengo que hacer un esfuerzo enorme para llegar a la escalera. Una chica pide socorro para que la recojan. Mires donde mires todo son mogotes que se pierden en la bruma, como si el mundo fuera así y sólo así.
Volvemos despacio al puerto de partida. Cenamos hablando de cómo se llaman las cosas en distintos idiomas. Las pijitas blanquitas traen su propio cojín. Chantal, la profesora de pintura, se asombra de que pueda dibujar a la gente sin parar de mirarla, ella no podría, por eso pinto paisajes. Lion es diseñador industrial, conoce Madrid y habla un poco español. La comida es occidental. Una pena con lo buena que está la suya. Todo viene frito, no me agrada. Ziv saca una botella de tinto vietnamita.
El viaje de vuelta se hace pesado. En Hanoi, subimos al último piso del hotel para ver la ciudad. La calle está a tope. Nos sentamos con los vietnamitas y pedimos su cerveza. Compro unos pinchos a una señora y en la siguiente ronda probamos unos calamares secos a la brasa que hace otra señora abanicando un pequeño plato de brasas. La camarera va haciendo hueco y colocando estas banquetillas blancas de plástico. De vez en cuando, pasa la policía y todo el mundo tiene que subirse a la acera, hasta que se van. Los basureros pasan tocando una campana. Todos echan la basura al suelo; pero a la mañana siguiente ya está limpio.
Damos una vuelta por las calles de las especias. Tiendas bonitas con muchos cajones de madera. Setas gigantes, una raíz de gengibre con forma de hombre. Pasa un motorista con un chubasquero que tapa también la moto. Su hijo cogido atrás es una joroba. Se pone a llover y todos los negocios se forran de plásticos de colores. Todas las banderas rojas con su estrella amarilla se empapan.
Entramos en un bar de cócteles de frutas. A mí me gusta el dragón, que es un tubérculo rosado con el interior verde fuerte. Pido una Halida de presión por unos 30 céntimos. Mañana nos vamos a Hué.
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