martes, 16 de agosto de 2011
17may09 hanoi-halong
Sueño que somos muy jóvenes como si nos hubiéramos retrasado en el tiempo. La Maru es una niña. Carlos está feliz, lo lleva muy bien. Yo, que sé que a las seis y media nos llamarán para ir a Halong, le digo: Carlos, esto no puede durar mucho, esto no es normal, seguramente que es un sueño. Aunque se lo teme, me responde que cree que la cosa es definitiva.
Desayunamos con dos guiris sobrados de esos que van por la calle como los dueños del mundo en un país fastidioso. Después de conseguir una fórmula barata para ir al Golfo de Tonkín, Beni no se fía y optamos por comprar viaje y barco en un paquete mucho más caro. Y aquí estamos en una nave llena de guiris y productos artesanos fabricados para nosotros, lo que menos apetece después de un madrugón.
Al atravesar el río, todo es más húmedo y está lleno de palmeras. Enseguida llegamos a la bahía con mogollón de barcos de madera y velas. Las cabinas parecen pequeñas pagodas.
Avanzamos en este lugar alucinante tintado de azul por la niebla, rodeados de islas-rocas que se van perdiendo en el fondo, formando esa infinita serpiente que sale y entra en el agua. Estoy en la terraza superior del barco con una extraña sensación de retiro a la vez que de inmensidad.
La comida no muy buena: un pez con muchas raspas, langostinos secos y, lo mejor, brotes con calamares. Comemos con una pareja de Israel con esas vacaciones gigantes que se gastan antes de ser secuestrados por el estado. Él lleva seis meses, viene de Laos y va hacia China, y habla un perfecto castellano porque vivió con una colombiana en Barcelona durante cinco años. Es simpático y dice que le gustaría ir a Cuba antes de que muera Fidel Castro (un tópico). También hay una chica de Madrid que trabaja de periodista en Pekín. Con ellos va atardeciendo hablando de países, viajes, dibujos y cuadernos de viaje. Se ha ido el nublado y ha aparecido un sol amarillo en el Oeste, muy lateral, que nos trae belleza y paz. No hay nada mejor que lo que la naturaleza nos da.
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