miércoles, 6 de julio de 2011
dibujamestanza
Dio que hoy me levanto temprano y con ganas de currar.
Cuando salgo al patio el gallo está cantando, los borregos bicheando y el sol que quiere salir.
Aprovechando las enseñanzas de maestros y discípulos de Dibujamadrid (es decir: que copio a unos cuantos) y, con el rotu que me regaló Enrique, me doy un paseo por el pueblo. Saludo a Enrique (mi vecino de aquí) que está limpiando el jardín y me siento en las puertas falsas para, desde allí, cargarme el pueblo en un momento. El sol aún no pica.
De allí me voy a mi rincón favorito: la plaza del Olivo. Dibujo la calle mirando a la torre de la iglesia. Una señora juega con los gatos y me dice que uno de ellos es gato y perro, porque es muy vago. Y me pide que dibuje la casa de la derecha, casi en ruinas, para ver si sale en la tele y alguien se apiada y la arregla que el dueño no tiene dinero y se va a caer. Ella está arreglando el tejado. Es la segunda vez, si hubiera tenido dinero, lo había arreglado de una. Me cuenta un comentario del cura sobre que el dinero no da la felicidad y que ella le dijo que los ricos son más felices que los pobres. ¿Dónde he oído yo ésto?
Me giro hacia abajo, y me dibujo la calle del Castillo, monumento inexistente, con la Sierra de Puertollano al fondo. Merce me saluda.
Me bajo al bar de Los Arcos, que tiene aire. Me pido una cerveza y dibujo a los que juegan al truque: el hermano de Higinio, Jose el Sordo, Pedro y Fernando, que da unas voces que me pitan los oídos. Se me sienta al lado Francisco, que está haciendo una maqueta de madera de la Monumental de las Ventas y tiene algún problema con las proporciones. Me dice que es quinto de Graciano que en paz esté y me presenta a otro quinto: Daniel Céspedes. Me cuenta éste que partieron la C. Camacho (apellido de mi suegro) fue a África y Céspedes a Zaragoza.
Me salgo a fumarme un cigarro y me dibujo a los albañiles que están arreglando el tejado a la Orosia, que pasa por allí y me pide que luego se lo enseñe. Ya hace mucho calor. Me voy a casa.
Allí me dibujo la calle, la del Charco, y la esquina de la de Los Huertos con ésta. Lo hago sentado en las aceras donde da la sombra (importante enseñanza de Alfredo) y corre un poquito aire. Finalmente, me bajo al sótano, que es el sitio fresquito de la casa y me relleno el último hueco en las páginas con el sofá de madera, de asiento de pita, que allí tiene la Antoñita.
Me como un pisto de calabacín fresquito y unas sardinas escabechadas que no se las salta un galgo. Mi cuñada, que no está, las hace de impresión y me dejó un taper en el frigo. Un día os pasaré la receta.
Y ahora, os paso esta historieta cuando estoy a punto de doblar.¡Buena siesta a todos!
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