Cuando lo cuento, todavía no me creen. Estaban reunidos en la iglesia de San Francisco, del barrio de Zaramaga, en una Vitoria en huelga general. Habían cerrado las empresas y se reunieron en el único sitio que no entraba la policía. Tiraron botes de humo por las ventanas y, cuando iban saliendo, les tiraban a matar. A las órdenes de grandes artífices de la transición: Fraga y Martín Villa. Aún los halagan en los programas de nuestro pacífico y glorioso tránsito a la democracia. Como en Marruecos, Túnez o Libia. Aquí, en casa.
Romualdo Barroso (19 años), Pedro María (27 años) y Francisco Aznar (17 años) murieron el primer día, y José Castillo (32 años) y Bienvenido Pereda (30 años) después. Más de cien heridos de bala. Por un conflicto laboral.
Yo viví aquellos años en la calle. Recuerdo aquella pistola de Montejurra mientras oíamos a los cantautores en la Autónoma. Aquella chica que murió de un pelotazo a bocajarro por pedir la amnistía total. O aquel estudiante al que disparó la policía desde un tejado, frente a la Escuela de Ingenieros Industriales, mientras nos sacaban a porrazos de los bares de la glorieta. Entonces pensaba que un día saldrían las imágenes y se diría la verdad. No ha pasado. ¿Qué pensarán sus padres? Nadie nos sacó. Fraga culpó a quien los había sacado a la calle. Acaso aquellos empresarios. Nadie juzgó a nadie por ello. Nada pasó.
Treinta y cinco años después de aquello, ningún gobierno ha pedido perdón por aquellos asesinatos que cometió el estado. Los héroes de la transición siguen siendo aquellos políticos que se pusieron a negociar. En la calle no pasó nada. Aquella lucha no tuvo nada que ver. Aquellos muertos, heridos y torturados no hicieron nada para acercarnos a una democracia que no acaba de llegar.
Gracias por refrescarnos la memoria. Gracias por tus páginas testimoniales. Te acompaño en el mismo sentimiento.
ResponderEliminarOtro gracias, Jose María,
ResponderEliminar