Me sugieren un taller oscuro con una pequeña luz amarilla al fondo, donde unas manos y una cara manejan y mira atentamente con una lupa incrustada en el hueco de un ojo. En Buenos Aires, un viejo relojero los llamaba fantasías.
Estos son unos cuantos: el chino en que Mao mueve el brazo cada segundo ante la multitud, el soviético, comprado a una rusa en Teruel, el cairota, la imitación vietnamita, el de Estambul, el de Londres, imitando una marca rusa, el automático que me saldaron en el pueblo... en fin, un motón de maquinuchas de las que no me puedo deshacer.
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