martes, 31 de octubre de 2017

fritura de pescado en cádiz

En pedacitos como nueces, que se cortan como si se sacaran pellizcos, se fríe la pescadilla, enharinándola antes y con mucho aceite. Creo inútil advertir que deben quitarse pellejos y raspas, pues irregularidades culinarias como la de freír la pescadilla en rueda con todo lo que tienen, no es propio más que de cafés y fondas de mala muerte.

He hablado de París, y es allí precisamente donde se fríe peor el pescado, y la pescadilla, rematadamente mal. Primero, en muchas casas y figones, la fríen en manteca de cerdo, y luego, como no tienen idea ni remota del modo de freír el pescado de los pueblos del Mediterráneo, resulta siempre deficiente y falto de sabor propio, pues siempre domina el de la grasa. Bonito y adornado, eso si.

En Paris cualquier fritura es una pinturita, pero el fondo muy mediano. España tiene la fama de saber freír pescado, y Cádiz por encima de todo. La pescadilla se fríe, después de limpia y enharinada, entera o en trozos grandes como nueces. Esto último es la usanza gaditana, y no es solo con la pescadilla que la cosa se practica, sino con todo el pescado blanco.


Ángel Muro en El Practicón, 1843

domingo, 29 de octubre de 2017

pasajeros entre palabras fugaces

Pasajeros entre palabras fugaces:
Cargad con vuestros nombres y marchaos,
Quitad vuestras horas de nuestro tiempo y marchaos,
Tomad lo que queráis del azul del mar
Y de la arena del recuerdo,
Tomad todas las fotos que queráis para saber
Lo que nunca sabréis:
Como las piedras de nuestra tierra
Construyen el techo del cielo.

Pasajeros entre palabras fugaces:
Vosotros tenéis espadas, nosotros sangre,
Vosotros tenéis acero y fuego, nosotros carne,
Vosotros tenéis otro tanque, nosotros piedras,
Vosotros tenéis gases, nosotros lluvia,
Pero el cielo y el aire
Son los mismos para todos.
Tomad una porción de nuestra sangre y marchaos,
Entrad a la fiesta, cenad y bailad…
Luego marchaos
Para que nosotros cuidemos las rosas de los mártires
Y vivamos como queramos.

Pasajeros entre palabras fugaces:
Como polvo amargo, pasad por donde queráis, pero
No paséis entre nosotros cual insectos voladores
Porque hemos recogido la cosecha de nuestra tierra.
Tenemos trigo que sembramos y regamos cn el rocío de nuestros cuerpos
Y tenemos aquí lo que no os gusta:
Piedras y pudor.
Llevad el pasado, si queréis, al mercado de antigüedades
Y devolved el esqueleto a la abubilla
En un plato de porcelana.
Tenemos lo que no os gusta: el futuro
Y lo que sembramos en nuestra tierra.

Pasajeros entre palabras fugaces:
Amontonad vuestras fantasías en una fosa abandonada y marchaos,
Devolved las manecillas del tiempo a la ley del becerro de oro
O al horario musical del revolver
Porque aquí tenemos lo que no os gusta. Marchaos.
Porque aquí tenemos lo que no os pertenece:
Una patria y un pueblo desangrándose,
Un país útil para el olvido y para el recuerdo.

Pasajeros entre palabras fugaces:
Es hora de que os marchéis.
Asentaros donde queráis, pero no entre nosotros
Es hora de que os marchéis
A morir donde queráis, pero no entre nosotros
Porque tenemos trabajo en nuestra tierra
Y aquí tenemos el pasado,
La voz inicial de la vida,
Y tenemos el presente y el futuro,
Aquí tenemos esta vida y la otra.
Marchaos de nuestra tierra,
De nuestro suelo, de nuestro mar,
De nuestro trigo, de nuestra sal, de nuestras heridas,
De todo… marchaos
De los recuerdos de la memoria.
Pasajeros entre palabras fugaces.

                                       Mahmud Darwish
                                       Traducción de María Luisa Prieto en Poesía Árabe

viernes, 27 de octubre de 2017

paredes del madrid cutre de 2002



Hubo un tiempo en que se podía vivir en el centro de Madrid. Era cutre y barato y los ricos del barrio de Salamanca ni aparecían. Había tabernas de vino peleón de Valdepeñas, pensiones destartaladas, pequeños comercios, revendedores de entradas de las Ventas y putas que te guiñaban el ojo. A veces tropezabas con un maletilla que dormía en el suelo sobre el hatillo y la muleta bien apretada con las manos. Las paredes estaban sucias, llenas de carteles rasgados sobre carteles rasgados. Los rótulos aún no conocían el photoshop, ni siquiera el diseny. Olía a humedad y a cerveza y a vino y a oreja a la plancha por las calles. Los bares ponían tapas calientes. Sin darte cuenta, pisabas la concha de un mejillón o chocabas con un escaparate flipante con dos hermanos gemelos pintados. Los cristales de los bares tenían churros o calamares o guisos humeantes de pintura y a los palos de las letras les crecían unas pequeñas ramas. Había tiendas de capas, de tornillos, de muelles, de encajes de bolillos, de lanas, de velas, de santos, de forros de libros, de libros viejos, de guantes, de telas por metros, de café, de discos de vinilo. Había relojeros, grabadores, zapateros, ebanistas, fontaneros y guarnicioneros. Billares con gente sin prisas que jugaba o miraba, y cafés donde pasar la tarde de los domingos. En los bares se hablaba en voz alta. Los clientes eran amigos de los camareros. Podías pasar la mañana en la barra. Se jugaba al mus con señas, copa y fantasmeo. Uno parecía entender el mundo oyéndolos.

Eso fue hace muy poco tiempo. Antes de que todo se llenara de tiendas para venderles a esa gente que venía a ver aquello, y ve lo mismo que pusieron en su barrio de Toulouse o Londres, y al mismo precio. Estas fotos solo tienen quince años.