Reconozco en mí una gran carga genética de despiste, esa que claramente lucía en la familia de mi madre, aquella gente buena de San Carlos que siempre tenía la cabeza en otra parte. Y ese estar en otra parte y no aquí creo que es culpable en gran medida de que deje las llaves del coche en la nevera, al perro y la bici olvidados en cualquier parte, las gafas entre la fruta, los papeles de hacienda en los álbumes de fotos y un largo etcétera. La cosa parece graciosa, y lo fuera si no supusiese tanto esfuerzo y sufrimiento, tanto picoteo contra la autoestima que, según los sicólogos de hoy día, hay que mantener elevada.
La cosa consiste en que el más mínimo estímulo de la vida real enciende un engranaje en el coco que hace construir un mundo nuevo que se va autopropulsando y dejando nuevos espacios y caminos a nuevos estímulos. Es un bullicio constante que a veces cansa, pero que también hace más llevadera la vida, la dura, la real, esa que iba en serio. Esta continuada levitación nos aparta de tal forma que a la hora de aterrizar, hemos perdido los automatismos del camino, el que va sobre la tierra.
¿Dónde están las cosas que necesitamos para poder vivir?
Mi abuelo Juan se hizo construir una especie de archivo-sinfonier con un montón de cajones en cuyos frontales había una letra distinta del abecedario, y tres pequeños cajones, que se abrían con un mecanismo secreto, para las cosas y papeles más íntimos. Mi madre, con la cabeza mucho más allá aún que su padre, lo usaba para guardar cartas de correo, baraja española y póker en la c, llaves de cerraduras desconocidas en la l y otros muchos pequeños objetos de la vida cotidiana para los que había que buscar distintos sinónimos para averiguar su cajón paradero. Yo ahora tengo mi estudio lleno de viejos archivos, con puertas como los apartados de correos, donde unas pegatinas describen su interior: herramientas de trabajo, herramientas de dibujo, fotos, carteles enrollados, pinturas, recortes, muñecos de plástico, chapas, paquetes de tabaco y cajas de cerillas, dibujos, papeles de hacienda, historiales médicos, postales, cartas...
Pero ¿y todo ese mundo imaginario? ¿Y todas esas conexiones con la realidad?
A pesar de que el alarmante aumento de población de los autollamados sketchers estén reduciendo su uso como simple soporte de dibujos del natural, yo reivindico aquí el uso de los cuadernos como archivo para desmemoriados, para todos los anti Funes. En él caben números y letras, dibujos esquemáticos y artísticos, buenos y malos, da igual, recortes de revistas y periódicos, poesías en verso o prosa, etiquetas de naranjas, melones, kiwis y de cerveza, fotos, azucarillos, apuntes de ideas, planos, tarjetas de visita, garabatos mientras hablamos por teléfono, sueños que recordamos en el momento en que despertamos súbitamente, frases leídas en algún libro, conversaciones callejeras, palabras extrañas, vivas y muertas. En fin: todas aquellas cosas que apuntamos en papelillos, sobres de correos o servilletas, o que nos echamos al bolsillo para nunca volver a ver.
Es muy fácil, porque los cuadernos pueden colocarse en una estantería del mismo modo que nuestros libros y discos, y en el canto podemos escribir su contenido. Cronológicamente podemos colocar diarios, agendas de trabajo y viajes; y alfabéticamente otros contenidos. Los diarios, gráficos o escritos, y viajes acaban en sí mismos, son cuadernos completos. Los de contenidos distintos, temáticos por llamarlos de alguna forma, están abiertos hasta que físicamente se acaban, o el proyecto se da por concluido. Si queremos recurrir a ellos, ahí están, con sus códigos para acceder fácilmente. Digamos que hemos construido una enciclopedia personal.
Beni me dice que el que no tiene cabeza ha de tener pies. Yo le digo que basta con un buen secretario, y, si no hay presupuesto, bastan las manos, y unos cuantos cuadernos.
De acordo!
ResponderEliminarPues ya somos dos!
Eliminargracias por este maravilloso artículo. lo comparto!!
ResponderEliminarGracias a ti
EliminarEstoy de acuerdo. El problema es que yo tengo los cuadernos tan desordenados como mi cabeza. Y al final tampoco nunca encuentro lo que quiero en ellos...
ResponderEliminarSiempre será más fácil ordenar los cuadernos que la cabeza.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEso seguro.
ResponderEliminarUn placer pasar por aquí, mirar y leer.
Saludos.