sábado, 22 de junio de 2019

edificios prerrománicos y algunos artistas





Dice Marta que no podré subir al monte Naranco con esa niebla, así que voy a terminar la visita inconclusa a San Julián de los Prados. De camino, desayuno en la cafetería Bocado rodeado de libros. Sofía, la simpática camarera, tiene una extraña relación amor-odio con un cliente vejete. La retrato mientras tanto, y ella, satisfecha, le hace una foto al dibujo.

Por un precio ridículo, nos explican esta iglesia que formaba parte de un complejo palatino a las afueras de Oviedo. Era la iglesia de la corte a principios de siglo IX. Nos presenta una continuidad con los romanos y visigodos. Mantiene muchos frescos que, aunque sin figuras humanas ni animales, recuerdan a los de Pompeya. Luego, me dejan sentarme para tomar algunas notas. Paseo por su exterior y después camino hacia el Naranco, ya despejado, para ver San Miguel de Lillo y Santa María. Del interior del primero solo puedo ver las jambas de la puerta de entrada, que alguien copió de un díptico bizantino y en las que destaca una escena de circo, con acróbata y domador de leones;  y del segundo no recordaba haber visto la planta baja y el baño, o lo que fuera, del semisótano. Me resulta curiosa esa decoración recurrente de cordones.

Como bastante mal en una especie de mesón que hay al lado, pero que tiene unas vistas estupendas de Oviedo para dibujar. El tosco camarero reconoce algunos edificios. Me cuentan que la gran carpa de Calatrava se cae a pedazos y actualmente no tiene ningún uso. De vuela a Oviedo, junto a la espantosa basílica funeraria de San Juan el Real, con su San Juan de plastilina, visito la gran librería Cervantes para comprar un libro para la vuelta. Me cuentan que aquí ha habido un cierto impulso en las ventas de libros ilustrados o especiales hechos con cariño. Me enseña los apartados donde los tiene y reconozco a algunos dibujantes. Me regalan unos dibujitos impresos de la librería para incluirlos en el cuaderno, dicen, uno de cómo era en 1921 y otro en la actualidad.

Voy a casa a descansar. Marta me enseña sus cuadros hechos y empezados, y me explica su manera de hacerlos (pintando con las manos y sobre un fondo con el centro claro y que va oscureciéndose hacia los extremos), lo que le interesa y lo que no. Me gusta esa búsqueda del misterio como la clave que retiene a quien lo observa. Exhala ilusión, como una niña pequeña de pelo rojo. Le hago una foto subido a una banqueta para conseguir su propia perspectiva picada, y luego le hago un dibujo en el ordenador.

Paseo por las calles atento como un milano. Los edificios y los pequeños detalles, los rótulos, los niños jugando en las plazas. Roberto sigue tocando la guitarra y vuelvo a dejarle una moneda. Me dice que haga el dibujo rápido, o de memoria, que tiene que irse a cenar a las monjas. Un poco más abajo, en el Centro Asturiano de Barcelona, Pep Segura expone escenas costumbristas de las aldeas asturianas, que le han encargado para un libro. Le digo que me gustan los más abstractos y el dice que es más su estilo, pero esto es un encargo. Es un tío risueño y bonachón. Me deja dibujarlo y, una vez dibujado, ma hace añadirle una gafas. Me ceno unos pinchos en la Plaza del Fontán y el café me lo tomo en el Madera, un restaurante barato al lado de casa donde juegan al subastao Florencio, Angelín, Cañamero y Benigno.

En casa, me despido de Marta, hago la mochila, me bebo un trago de kefir y me encamo, que mañana hay que madrugar.

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