miércoles, 19 de junio de 2019

de pajares a pola de lena




Me despiertan los perros aullando por la noche. Me levanto temprano, caliento el café y la leche. Bajamos nuevamente al barranco hasta San Miguel. Delante, ese flipante paisaje alpino por cuyos valles vinimos ayer. Terrible subida a Santa Marina. Adelantamos a una peregrina finesa, este camino apenas si se usa. Cuando paro a tomar notas, vuelve a pillarme. En el bosque aparece como novedad el señor castaño. Cuando la luz logra penetrar, aparecen las hermosas dedaleras con sus flores magenta. Descanso en Los Llanos, pueblo con lavadero público y puerta de entrada, bajo el gran tejo frente a la iglesia parroquial de Santiago. El descenso suave hasta el río Pajares, resulta muy agradable, por una carretera sin tráfico y en obras hasta el Puente de los Fierros, donde hay una estación de tren. El ascenso empieza en una valla con un gran ciruelo y luego una senda entred hayas y avellanos, junto al precipicio, hasta Fresnedo. Antes de llegar, charlo con un paisano que ordeña con dificultad una vaca que, según cuenta, nació con cesárea. Nos volvemos a reunir en Fresneo. Me cuentan que se cruzaron con una galopaba impresionante de caballos que subían el monte. Cargamos agua y seguimos bajo la sombra de los avellanos. Vuelvo a adelantarme para dibujar la ermita de San Miguel (Samiguel d'Eros), cuya imagen de madera policromada ha desaparecido. Bajamos por los montes arbolados de Costumiz, subimos los de Fueyos y Turiel, y más montaña rusa hasta Erías es un pueblo bonito, con casas antiguas de piedra y madera. Pasamos entre un viejo hórreo de  madera y una casona de piedra con un establo semicircular. Una señora me dice que estamos a poco más de dos kilómetros de Campomanes. Al que nos acercamos por una cuesta dura de hormigón que enseguida se rebaja y luego descendiendo por un túnel vegetal de tal pendiente que destroza las piernas.


Campomanes está en un valle donde se unen los ríos Pajares y el Güerna, una vega bajo los altos de Penagachu, Brañavalera del Picu Fabarín. Es un pueblo grande con todos los servicios. Aquí descansamos frente a unas cervezas. Seguimos un camino fluvial asfaltado hasta el puente del ferrocarril, desde cuyo arco sube un camino empedrado hasta la ermita prerrománica de Santa Cristina de Lena, en un promontorio precioso donde pastan unas cabras, y con el fondo majestuoso de los montes Carabanes, como una cortina gigante de piedra. La iglesia es preciosa, austera; pero está cerrada (en horario de apertura) y el teléfono que indican no lo coge nadie. El camino de piedra nos lleva hasta la hermosa estación de La Cobertoria. Paralelos a las vías, apretamos ante la amenaza de lluvia hasta La Pola de Lena. Allí, la patrona del hostal nos dice que amenaza tormenta. Al final todo queda en cuatro gotas; pero mucho vino, mucho queso asturiano y mucho torto de picadillo. Fredo, en el Filangurri, se pasó con la tabla y no hay quien se la coma por más vino de Toro que le metamos.

Los quesos asturianos que comemos son: de denominación, Cabrares, Casín, Gamoneo y Afuega'l pitu (el nuestro con pimentón). Más otro sin denominación llamado El Peral. El vino de Toro es un tinto joven de Fariña, Primero, de maceración carbónica.

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