domingo, 11 de noviembre de 2018

de kalambaka a corfú


Me gusta el queso feta con orégano y aceite de oliva sobre una rodaja de tomate, la musaka cuando es un pastel suave y todos los hojaldrados, sean dulces o salados; estos últimos de verduras, y los primeros con miel y pistachos, o almendras, o avellanas, según la tradición otomana. También una salsa de mostaza que hacen riquísima. Y el yogur con unas guindas endulzadas con miel.

Después de toda una noche lloviendo, esta mañana amanecieron las piedras como gigantes moviéndose entre la niebla. Nos despedimos de ellos cogiendo el camino hasta Ioannina. Un camino escarpado, de duras montañas tupidas de bosques de robles y arces multicolores. Curvas y más curvas, subidas y bajadas hasta que cogemos la A3, mucho más rápida, pero aburrida. Casi todo el tiempo vamos bajo tierra, dejándonos un respiro de vez en cuando en tramos de robles y encinas, arces naranjas y amarillos o abetos como conos picudos de un Lego. Como no para de llover, no bajamos a Ioannina. Descansa a la orilla de un lago, donde flota una isla. Allí parece que el Pasha fue feliz, pues por aquí se suele decir que vives como el Pasha en Ioannina, del mismo modo que se decían en España que vives como un cura.

Después del último túnel aparece un hermoso valle lleno de huertas y olivos, y que sobrevolamos por un viaducto. Enseguida vemos al fondo una gran ciudad, y más allá el mar brillando. Es el Jónico, y la ciudad es Estanitsa. La A2 acaba en el puerto. Allí compramos dos boletos y nos metemos en la barriga de un barco. En la cubierta tomamos el sol mientras avanzamos hacia una línea de montañas azules en el horizonte: Corfú. Nos acercamos a la capital, un círculo entre fortalezas donde se apegotan las casas ocres, blancas y amarillas.

Nos gusta la ciudad vieja de Corfú.  Y nos gusta que no hay en esta época tanto turista. De calles estrechas e irregulares, de casas diversas de fachadas colores pastel. Cada rincón es chulo. Aceras porticadas, suelos de piedra, palacetes neoclásicos desconchados y húmedos. Plantas por todas partes, buganvillas de un fuerte magenta, escaleras torcidas, barandillas oxidadas, torres, casitas bajas. Pasamos a las iglesias. En la de San Nicolás, con sus lámparas de plata, una señora nos da unos bizcochos con matalauva. Faliraki a nivel del mar, el Museo asiático y el Palacio de San Miguel y San Jorge. En los soportales del parque Espianada nos tomamos un café con unos paisanos, que dibujo, y luego se enrollan.

Puede ser una ciudad divertida. Paseamos sin dirección, perdiéndonos por las calles. De vez en cuando paramos y hago un dibujo. Cenamos unos panini de jamón, queso y tomate en pan de pita caliente. Fena nos los pone con cariño y yo le hago un retrato rápido. Ya tarde, salimos de intramuros por el recuerdo de su Puerta Real, ya desaparecida, y bajamos siguiendo el olor del mar por la calle Juan Theotoki hasta el hotel, que mira al mar y al continente, y se llama Atlantis.

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