jueves, 25 de octubre de 2018

dibujantes primitivos y los refugios antiaéreos


Desayunamos a lo lisboeta en el quiosco de la Plaza de Calvo Sotelo, otra copia de estilo modernista donde te clavan. Después, subimos hasta la joya de Alicante, el motivo por que estamos aquí: el Museo Arqueológico de Alicante, que ocupa el antiguo Hospital Provincial y llaman MARQ. La estructura en forma de espina del edificio, el concepto educativo y la iluminación centrada en las piezas, hace de éste un museo muy especial, galardonado en 2004. Nosotros tenemos una visita guiada reservada para visitar su gran expo temporal sobre el arte rupestre del Paleolítico Superior y el Neolítico, especialmente en el Levante, donde se han encontrado muchas muestras en cuevas y, especialmente, en abrigos. En la expo, dividida en tres salas, podemos ver los calcos originales que los arqueólogos hicieron directamente sobre los dibujos descubiertos, algunas reproducciones y algunos cuadernos diarios del arqueólogo Pere Ferrer. Una pasada.

Comemos de tapas en el D'Tablas, un bar barato de cañas en que van pasando tapas calientes y coges las que quieres. Luego, te cuentan las tablas en que venían, y pagas. Lo malo es que casi todo son fritos. Lo mejor, los chopitos. Una chica se entusiasma con los dibujos y tengo que posar con su novio y el dibujo con su retrato. Gages del oficio. Me suelo prestar a todo. El dueño nos invita.

Descansamos un poco en el hotel y luego bajamos al centro de interpretación de los refugios antiaéreos que se construyeron en la Guerra Civil, que es un edificio industrial de la época, sala de máquinas, donde hemos hecho una reserva para una visita guiada. Resulta que Alicante fue duramente castigada durante la guerra debido a que aquí se asesinó a José Antonio Primo de Rivera, a que era una ciudad industrial con un gran puerto y con una gran implantación de los sindicatos. La gente huía a Alicante pues la consideraban retaguardia tranquila, pero la verdad es que desde fue continuamente bombardeada, primero atacando su puerto e instalaciones consideradas objetivo de guerra y, más tarde, a la población civil. Ya comenté el bombardeo premeditado (chivateo de quintacolumnistas) en el Mercado Central, donde murieron 300 personas en el momento, y decenas después debido a las heridas. El Ayuntamiento se puso en marcha para la construcción de 92 refugios, hoy documentados, donde su población pasaba la mayoría de las noches. Así se entrenaban nazis y fascistas preparando sus máquinas destructivas para la Segunda Guerra Mundial. Entramos en los refugios de la Plaza Séneca y Plaza Balmis. Es impactante estar ahí abajo en silencio oyendo las sirenas y los bombardeos de la calle. Muy fuerte.

Este episodio terrorífico de la Guerra ha sido silenciado durante mucho tiempo. Ahora la Concejalía de Memoria Histórica y Democrática, ha organizado estas visitas para sacar la verdad a la luz, el pasado que los propios alicantinos han olvidado. El refugio de Séneca se descubrió al desescombrar la plaza al retirar la antigua estación de autobuses. El de Balmis es más pequeño y mejor acabado. Acabamos la visita en el puerto, frente al busto dedicado al capitán galés Archibald Dikson, que se mantuvo en el puerto hasta el final y cargó a 2.638 refugiados republicanos (contra todo viento político y marea de la infamia de nuestro país, dijo una superviviente), que llevó a Orán. Ese mismo año moriría en el Mar del Norte con su barco destrozado por un torpedo de un submarino nazi.

Descansamos en las sillas de la Explanada, junto a jubilados y guiris. Recorremos la zona de bares: Plaza Chapí, Teatro Principal, calle Castaños, San Francisco. Peatonales llenas de mesas. En el Enredo cenamos tortitas de camarones y berenjenas con miel de caña bien ricas. Dibujo a Cristina, a Pablo, a Alba y Joana, camareros y camareras bastante simpáticos que nos invitan a un chupito. Paseamos por la calle Mayor hasta el Ayuntamiento, donde cantan los Gatetemons, vestidos de gatos, para los niños. Volvemos por la ridícula calle de las Setas, llena de niños, y acabamos en el Frenezy, junto a una mesa donde beben vino una austriaca, una norteamericana, una suiza y una inglesa, como en un chiste, que usan un castellano de Doña Croqueta para decir esa frase en desuso estoy en el séptimo cielo.

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