martes, 18 de septiembre de 2018

la guerra santa del 36


Hablar de 1936 como una yihad católica hace entender el catolicismo —la semántica vertida en el discurso integrista de sus promotores públicos— no como una religión sino como una ideología moderna, que aspiraba a dotar de referentes todas las esferas de la vida de unos sujetos que ya sólo podían verse como ciudadanos, y ello por mucho que lo que plantease el discurso católico fuese paradójicamente una utopía anti-cívica y negadora de toda la tradición de la modernidad política occidental. De hecho, los intelectuales, publicistas y propagandistas católicos durante la II República y la guerra eran en su mayoría civiles, que aprovechaban las libertades de opinión y expresión de la esfera de opinión en expansión gracias al establecimiento de la democracia para socavar discursivamente los fundamentos del orden republicano y el liberalismo en que este se fundaba. Este lenguaje moderno y de extracción civil no suprimía ni negaba la herencia más tradicional del catolicismo como conjunto de preceptos teológico-morales ortodoxos: la Cruzada española del siglo XX mantuvo así todos los rasgos heredados de sus homónimas medievales, en particular el poder legitimarse como una guerra justa en la medida en que era presentada como una reacción defensiva ante la amenaza de la integridad moral y el estatus jurídico de los seguidores de la confesión católica. 

(...) La definición de 1936 como una Cruzada activó mucho más que un simple horizonte de expectativa de intolerancia neo-confesional con pretensiones de resocializar a los españoles en valores tradicionales. Fue de hecho la concurrencia de un imaginario de guerra santa lo que funcionó como sustrato común y amalgama de todas las justificaciones para la represión franquista, ofreciendo a la vez su versión más extrema: el combate en nombre del integrismo religioso no aspiraba a la simple derrota militar ni se detenía en la estigmatización del vencido, pues negaba al contrincante en su totalidad y sin límite, ya que la pervivencia de éste socavaba por principio la integridad del supuestamente amenazado católico. Es obvio que esta radical exclusión del otro remite a la definición convencional de política como un radical juego de suma cero, pero conviene subrayar un atributo añadido que redimensiona el caso: la definición de Carl Schmitt de lo político como la distinción radical entre amigo y enemigo, se inspira muy concretamente en la tradición del catolicismo político.

(...) 1936 fue una guerra santa pero no una guerra de religión o entre religiones, por mucho que las ideologías que sostenían la causa de la República democrática contuvieran importantes matrices de significado de corte escatológico. El discurso de la Cruzada adquiere así un estatus irreemplazable como factor de discriminación entre lo que pudieran ser tropos religiosos diseminados por los diversos discursos de la movilización pro-republicana y un verdadero ideario en clave de guerra santa como el del bando franquista. 

Pablo Sánchez León en Bajo Palabra, Revista de Filosofía II Época, Nº 13 (2017)
Pintura: Exaltación de Franco

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