sábado, 31 de marzo de 2018

el risco, las herencias y la granja pompajuela
















Desayunamos en el bar de Dimitri. Su hermana está sola currando esta mañana. Recién duchada y con el pelo recogida, hoy está radiante. Pienso en ella dibujada mientras comemos tostadas con café con leche.

Nos ponemos en ruta, hacia el Risco, rodeados de encinas y alcornoques por una carretera estrecha siempre hacia arriba, con pedruscos y jaras a un lado y un valle extenso al otro. También zonas de robledales ahora pelados. De los fresnos junto a los arroyos brotan unas pequeñas hojas anaranjadas. Arriba cogemos la penosa carretera hacia el embalse del Cíjara, todavía dentro del Parque de Cabañeros, con vistas espectaculares. A los quince kilómetros nos volvemos. Beni solo piensa en que tendremos que volver a subir el Risco, y no le hace gracia.

Se nos ha hecho tarde para llegar a comer a Las Herencias con Chema y Nieves. Así que vamos de un tirón pasando de las recomendaciones de Alejandra (parar en Hontanar) y la pareja de la moto (el chorro de Navalucillos) y ya solo paramos en algún tramo de dehesa y ese paisaje flipante de grandes piedras de granito rosa a la altura de santa Ana de Pusa. La computadora nos lleva por Alcaudete y, enseguida, Las Herencias. Hay prados verdes y muchos secaderos abandonados.

Chema, que es de aquí, compró aquí una casa medio en ruinas de unos caciques del pueblo y la ha arreglado poco a poco y con mucho esfuerzo, revalorizando todo lo que aún mantenía rescatable, como puertas, ventanas, muros, columnas, vigas, rejas y otros muchos detalles. El resultado es una casa hermosa donde apetece vivir, donde se está muy bien. Y aquí están ellos, y su perrita Lola, con las tapas y las cervezas preparadas y una comida agradable con buen vino que se alarga hasta el infinito y más allá.

Más tarde, visitamos la Granja de Pompajuela, una explotación agrícola que parece ya existía en la Edad Media, e incluso antes pudo haber una villa romana. Esta granja fue propiedad de los monjes jerónimos de Talavera. Un rico monasterio con un acuerdo de exclusividad sobre el vino en Talavera. De aquel convento quedan la capilla, corrales, almacenes, lagares y la cueva bodega en el cerro del palomar. Con la desamortización de Mendizábal pasa a manos privadas y sigue funcionando hasta no hace demasiado tiempo. Chema es el perfecto guía, pues estuvo viviendo y trabajando aquí, en los secaderos de pimientos y tabaco, regando el maíz en la isla grande. Su padre fue el encargado hasta poco antes de su jubilación, cuando la finca cambió de dueños. Las ruinosas edificaciones están siendo expoliadas. Entonces, sus explicaciones no pierden la comparativa entre lo que el vivió y lo que ha quedado, que se parece al de la alegría de la juventud y la tristeza de la decadencia.

Buscamos después la luz dorada sobre el río Tajo y Los Castillos ahora amarillos en las paredes al sol y de tupida vegetación en la cara Este. Es una pequeña sierra de cerros arcillosos y tupidos de vegetación, pero que el agua ha cortado derrumbando algunas zonas, que ahora se muestran desnudas al sol de poniente. Así cayó el castillo, dejando sus restos en la orilla. Por fin el Tajo en todo su esplendor.

Luego acabamos en el bar El Kiosco, de Ángel y Ana Mari oyendo las historias del cocido Marcial y viendo la colección de bicicletas de Ángel, que nos cuenta cómo se reciclaban los timbres a los que les habían robado la tapa y que a la bomba ellos le llaman infla.

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