jueves, 1 de febrero de 2018

a málaga en tren

Increíble. En poco más de dos horas estamos en Málaga, después de atravesar rápidamente montañas llenas de encinas sobre pastos verdes y, tras largos túneles, más montañas ahora menos abruptas y con un manto estampado de olivas. En Córdoba se entretienen en separar los dos trenes y la mitad del pasaje sigue otro camino. Yo he aprovechado que disponemos de enchufes en los asientos para conectarme a Internet y recoger información sobre la historia de la ciudad. Paramos en Antequera. Bajan esos niños muertos de sueño y cansancio que vienen desde Barcelona.

Nos llama la atención lo agradable que es la gente, lo amable y educada. Sin ese afán de ser graciosos que tienen muchos andaluces. En el bus nos tratan bien y también en los bares, y a aquellos a los que preguntamos nos responden con interés y educadamente.

Dejamos las cosas y nos tomamos un café en la terraza del Central. Luego hacemos una ruta sin prisas para situarnos. Aquí la inmensa Catedral, el Paseo del Parque, palmeras y más palmeras y el hormigón blanco en el puerto deportivo. El muelle uno y el Pompidou. Ese estupendo skyline de la ciudad antigua iluminada por la noche desde el mar. La noria, la catedral, la alcazaba y el castillo de Gibralfaro más arriba, haciendo desaparecer en negro aquello sin interés turístico. El Paseo de la Alameda, la calle Larios, alguna tienda art decó y edificios racionalistas. Luego los bares renombrados: el Rincón de los Pintores, lleno de obras pintadas sobre las tapas de las cubas, donde el camarero nos invita a unos vinos dulces por dibujarlo, y Casa Lola, con la cerveza tirada magníficamente. Buenas y generosas tapas que aquí se pagan aparte (la tapa incluida son siempre aceitunas).

Pensamos que sería una buena ciudad para vivir un poco alejados del centro. Aquí la cartera de los turistas manda y los camareros nos abordan como a guiris. Los restaurantes se llenan de paellas infames y las calles huelen a ese aceite demasiado usado para fritos. Es imposible encontrar un súper, y menos una simple carnicería o una frutería. Pero hay más ciudad que esto. De hecho, la ciudad se nos muestra apacible, sin voces más altas, contenida. Y la gente ya nos ha ganado.

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