martes, 12 de septiembre de 2017

la churrera de salobreña

La churrería del mercado de Salobreña tiene unos churros de forma irregular con poca grasa y riquísimos. Como va tanta gente, tienen sus propias normas. Es inútil pedir nada hasta que hayan despachado al anterior. Uno se mantiene en silencio hasta que la camarera te pregunta qué quieres. Una vez comprendido este asunto, me siento en una banqueta y saco mi cuaderno esperando mi turno. Cuando llega mi pedido dejo la labor y mojo los churros en el café, dejando la taza a la mitad para acabar mi tarea. En esto que llega un cagaprisas resabiondo de esos que se traen las leyes de su barrio y se pone detrás de mí, insistiendo en pedir su comanda a destiempo. Me pregunta si he terminado, viendo mediada la taza, y hace unos extraños sonidos jugando con el aire en su boca. Me dice que esto no es un colegio, ni la barra un pupitre, que deje sitio a los demás, refiriéndose a él mismo, en vez de ocupar la barra con mi cuaderno. Le digo que, que yo sepa, no está prohibido dibujar en los bares. En este lance, la churrera deja sudorosa de freír, se asoma por la ventanilla de servicio y sale rauda por la puerta. Se acerca a mí y con voz alta me dice: puedes estar todo el día dibujando si quieres, el negocio es mío. Y a los churros, estás invitado.

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