viernes, 29 de julio de 2016

el baño escondido (de frida kalho)



Han descubierto un cuarto de baño escondido en la casa azul de Frida Kahlo, al echar abajo una pared. En 1955, un año después de la muerte de Frida y mientras la casa azul se convertía en santuario, en el Museo Casa Azul, Diego Rivera amontonó en ese cuarto de baño, antes de tapiarlo, diversos objetos que consideraba que no debían ser expuestos. Luego Diego murió, en 1957, y el asunto fue olvidado. Allí se han encontrado montones de cajas llenas de correspondencia y fotografías, baúles y cientos de dibujos, faldas, una pierna artificial, un retrato de Stalin, una tortuga disecada, los corsés de cuero y de metal que Frida llevó tras su accidente de tranvía antes de terminar su vida en una silla de ruedas, así como gran cantidad de envases de Demerol, para combatir los dolores, algunos llenos y otros ya empezados, de los que parece que ella hacía al mismo tiempo gran consumo y gran provisión.

Patrick Deville, Viva. Anagrama



La historia de las pertenencias perdidas de la artista, fallecida en 1954, tiene también su dosis de surrealismo mágico: permanecieron 50 años guardadas en un cuarto de baño y varios baúles y roperos. Allí las relegó el testamento de Diego, que exigió 15 años de veto en un intento de preservar la intimidad de la pareja. La albacea, Dolores Olmedo –de la que se dice que era rival amorosa de Frida, pero cuya profesión conocida fue la de coleccionista de arte y musa de artistas como Rivera–, se tomó el deber de preservar el legado con tanta seriedad que mantuvo cerrados los cuartos mucho más; hasta su muerte en 2002. “Mi mamá pensó: ‘Si Diego quiere que se cierren, vayan a saber qué haya ahí dentro”, explica su hijo, Carlos Phillips, director del Museo Diego Rivera-Anahuacalli y del Museo Dolores Olmedo. Dos años después, un equipo abría por fin las habitaciones, “llenas de polvo”, agitadas por terremotos y maltratadas por la lluvia y algún animal que se coló, rememora Hilda Trujillo, la directora de la Casa Azul. De los baños y los baúles salieron durante meses 6.000 fotografías, casi 200 prendas de vestir y montones de medicamentos, corsés, documentos, joyas… Trujillo recuerda aquel colosal descubrimiento como un evento emocionante. Los documentos políticos que Rivera temía desvelar, agrega, perdieron interés. Lo personal, en cambio, se ha revalorizado. La gente tiene hambre de Frida, la torturada, la excéntrica, la incombustible.



En 2005, el nuevo comité técnico del Museo Casa Azul decide abrir el baño privado de Frida Kahlo, cerrado durante años a pedido de Diego Rivera. Cuando ese espacio se hace público, Graciela Iturbide entra con su cámara a tomar imágenes de los objetos de la artista, arrumbados durante medio siglo. ¿Qué relación hay entre una bolsa de agua caliente, un póster de Stalin y una obra pictórica? ¿Qué vínculos se traman entre los museos, las fotografías y los baños; entre el cuerpo de la obra, las escrituras del Yo y la mercantilización de la figura del autor? Con la publicación de El Baño de Frida Kahlo en 2008, se agrega un tercer nombre al de Kahlo e Iturbide: el de Mario Bellatin, un escritor que está ahí para articular con un relato (Demerol, sin fecha de caducidad) lo que la fotografía dice sobre la pintura o lo que una mujer dice sobre otra. Este ensayo explora una red que se espesa alrededor de la figura del autor y que se trama entre lenguajes –el de la fotografía, el de la pintura y el de la literatura– y también entre dispositivos mecánicos, como las prótesis y los corsets o las cámaras y los pinceles.

Paola Cortes Rocca. La insoportable levedad del yo.Iturbide y Bellatin enEl Baño de Frida Kahlo


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