sábado, 25 de junio de 2016

segundo día en nápoles






A las nueve nos traen el desayuno a la habitación. Luego, una señorita supermaquillada y arreglada como para ir de paseo nos pide permiso para limpiar. Le pido cinque minutti.

Hay una parte de Nápoles que formó parte del acueducto de Augusto y que en la II Guerra Mundial fue refugio antiaéreo: Napoli sotterranea. Un conjunto de salas y galerías que funcionó durante siglos hasta que, en 1835, fue cerrada. En 1942 se reabrió como refugio, se construyó la escalera de entrada, de 50 metros, y albergó un hospital para 2.000 personas. Aunque cara, nos sumamos a la visita. La plantas que viven de la humedad y luz artificial, la cisterna para el vino de los monjes, el Possado que limpiaba las cisternas de los palacios entrando por los pozos con su propia escala y hacía de celestino, objetos y juguetes dejados en la guerra. Llegamos a una casita de la que forman parte los camerinos del teatro greco-romano, un teatro con una capacidad de 12.000 espectadores y abandonado en el Medievo por su carácter pagano. Los españoles urbanizan la ciudad pasando de él y los terremotos acaban de deruírlo. Ahora solo queda esta parte subterránea cuyos techos abovedados se aprovechaban en las casas; casitas pequeñas y pobres con un sótano de lujo.

Tomamos un café fredo cremoso, con el hielo batido. Los policías ven el partido de fútbol en las terrazas, que resulta interesante pues ya van once goles (6-5). Paseamos por la Piazza Bellini, San Juan y Santa María, el paseo marítimo y el Castel dell'Ovo, en el islote de Megaride. El escudo del príncipe Baptista Pig Napellus con tres tazas de café, iglesias y capillas, un cuadro de Ribera, los grandes clavos en la puerta del Duomo, Piazza Cardinale, el Museo Cívico en Castel Nuovo, la plaza circular de Nicola Amore con los atlantes sujetando los balcones de las fachadas. El barrio Porto.

Descansamos en una terraza con una pizza de espárragos batidos. Demasiado salado el jamón. Un niño juega con los Power Rangers. El rojo tiene moto. El precio se sube al doble con el cubierto y el servicio (¿para una pizza?).

Lungo Mare, el malecón, el tontódromo, y, finalmente, el Castillo del Huevo lleno de restaurantes de pescado y bares de copas romántico-turísticos. Hay una muestra de ilustradores. Llamamos a Simonetta y quedamos para mañana. Volvemos por Via Toledo. El funicular, el Palazzo d'Intendenzza, Piazza Carita con palmitos sin sombra, Dante, Via Portalba con libros de viejo, botellón bajo los pies de Bellini. Ya en nuestra terraza, el camarero me pide el cuaderno para enseñárselo al jefe. Me trae el vaso de leche fría, que bebo mientras dibujo nuestro cuartel general. Aquí descansamos, ponemos en orden nuestras ideas y hacemos planes para el día siguiente. El camarero tiene cara de bobo, solo está pendiente del patrón. Me fumo el último cigarro. El humo revolotea ese montón de imágenes.

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