sábado, 12 de diciembre de 2015

resurrección








Yo trabajaba como programador informático en el Banco Pastor cuando sufrí el accidente que me tuvo 15 años en coma. Entonces, en mi trabajo, me ocupaba de ordenadores gigantescos que funcionaban con tarjetas perforadas, nada que ver con los pequeños portátiles de ahora. Pero este no es el único contraste con el que me encontré al despertarme. Es increíble lo que cambió el mundo desde 1987 a 2002, el año en que volví a nacer.

Cuando tuve el accidente se usaban las pesetas, pero al despertar la gente ya pagaba con euros. Fue como despertar en un país extranjero con otra divisa. Al salir del hospital también pensé que todo el mundo se había vuelto loco porque les había dado por hablar solos. Pero claro, es que yo nunca antes había visto un teléfono móvil. Y también tuve que ponerme al día con la geografía: ya no existían la URSS ni Checoslovaquia ni Yugoslavia. Pero bueno, pude acostumbrarme a todo sin demasiado esfuerzo.

Me llamó mucho la atención cómo se había disparado el número de coches en A Coruña. ¿Es que habían empezado a regalarlos? Todo estaba lleno de aparcamientos subterráneos. Me sentía como un forastero en mi propia ciudad.

También tuve que acostumbrarme a mi nuevo físico: la primera vez que me enfrenté a un espejo me di cuenta que mi pelo se había vuelto blanco. La ropa previa al accidente tampoco me valía porque la mediación me había hinchado (por no hablar de que todo estaba muy pasado de moda, claro). Pero esos 15 años tuvieron una ventaja y es que no me salió ni una sola arruga. Pasé tanto tiempo sin ejercitar mi rostro que ahora aparento menos de mis 60 años.

Al recuperarme me dieron la invalidez permanente absoluta, por lo que nunca volví a trabajar. Habría sido una labor titánica ponerme al día en mi trabajo, porque si hay algo que avanzó en aquellos 15 años, eso fueron los ordenadores. Eso sí, ahora me aburro muchísimo. A las diez de la mañana ya me he leído toda la prensa y me he tomado cuatro cafés. Además, casi no puedo dormir. Se ve que durante aquellos quince años agoté el cupo de sueño.


De los 15 años que pasé en coma, lo que más echo de menos es haberme perdido los primeros triunfos del motociclismo español. Antes de mi accidente, siempre ganaban pilotos extranjeros como Randy Mamola. Por suerte, esa costumbre de ganar títulos aún dura con Marc Márquez y Jorge Lorenzo. Aunque a veces, cuando veo las carreras, se me caen las lágrimas. Es una de las cosas que más me pesan del accidente: las secuelas me han impedido subirme nuevamente a una moto. Ahora estoy pensando en hacerme con una de tres ruedas para matar el gusanillo. Al menos, desde mi recuperación sí que he podido coger el coche. Y si antes de mi accidente me tocaba cambiar el aceite cada 5.000 kilómetros, ahora lo hago cada 30.000. Es otra cosa en la que hemos evolucionado.

Pero tampoco voy a quejarme mucho: ahora echo la vista atrás y pienso que aproveché muy bien mis 32 años de vida antes del accidente. Mi actitud ante la vida siempre fue de "A vivir que son dos días". Y pese a haber perdido 15 años por culpa de aquel accidente, puedo decir que he aprovechado bien mi tiempo

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