jueves, 19 de febrero de 2015

un pueblo patagónico



Siempre hay alguien cortando leña. Me asomo a la ventana y veo una inmensa pared de piedra sobre la que los árboles parecen de enanitos, que apenas se siluetean en una nube.
Éste es un pueblo pequeño, antes ni existía en los mapas. Todos iguales, de casas de madera pintada de colores y tejados de chapa. jardín con gallinas, corderos, algún chivo, perros. Cuadrícula de pueblo nuevo. calles anchas de tierra muchas de ellas. Una plaza grande ajardinada. Un espacio para los rodeos. Rodeados de montañas. Bonitos, muy agradables de pasear, siempre con algún perro.

Subimos a la montaña de la pared. Camino empinado. Grandes helechos, cipreses, michays, robles, arrayanes, maquis... hay un mirador donde puede verse el cruce de los ríos Palena y Rosselot y una vista aérea del pueblo. Arriba del todo, el camino se corta y tenemos que volver. Nos tomamos unos ricos jugos en la Casita de té, con sus grandes ventanales y la estufa encendida, mientras los demás comen.

Por la tarde, paseamos por el pueblo en compañía de un nuevo perro negro con el rabo peludo acabado en una mancha blanca, como las patas. Paseamos juntos viendo hermosas casas. Me llaman la atención las construcciones de esa especie de talleres muy simples de madera, que a veces usan de cochera, y todo el tinglado de los rodeos. En el campo de fútbol una pareja hace footing con unos cuantos perros detrás.

Los perros aquí viven más libremente. Aunque tengan dueño (más bien padrino) viven a su aire, nunca están atados, libres por las calles. A veces, alguien abre la puerta del pick up y el perro se cuela. Otros viajan en los remolques. Y también cuidan el jardín, hasta que aparece un plan más interesante.

Mientras paseamos, Beni, el perrillo y yo, voy apuntando cosas interesantes como esas gallinas sin cresta y papada, y sin plumas en la cola, o esas casas para los pajarillos de barro que ponen en el jardín, o las plantas de ruda o hinojo, o ese horrendo cartel que aún indica: Carretera Austral Augusto Pinochet, de las que luego preguntaré a Juan Carlos en la cena. Parece argentino de lo que sabe. Su mujer espera y espera a que la llamen para operarse de la cadera, pues sufre una fuerte artrosis. Con Edriena hablamos largo y tendido frente a la chimenea sobre el país hasta que nos traen el bistec con cebolla y ajo y la cerveza patagónica Finisterra, y cenamos deprisa pues mañana sale el bus a las cinco. Y nos desean buen viaje y nos despedimos (un solo beso), y nosotros les deseamos una buena operación y salud para ellos y para su negocio po.

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