martes, 24 de febrero de 2015

a argentina por chile chico



En la mañana el galló cantó dos veces. Un predicador platica con la doña, hablan de Dios y de perdonar las ofensas. Los guasos ponen las monturas y los herrajes a los caballos, luego se ponen los sombreros de ala ancha, el poncho, las botas de caña alta y las espuelas. Son caballos de pura sangre chilena, descendientes de los españoles (aunque más bajitos). Arriba de Puerto Montt los caballos son para la pura competición, aquí los usamos para el campo y la competición.

Paseo siguiendo el río Tranquilo unos cuantos kilómetros. Me acerco al salto. Allí está acampada Martina. Junto a un Renault 12 ranchera, calienta en el fuego el agüita para el mate, que me ofrece, y su carpa. La cara arrugada y quemada, imposible saber su edad.

Visitamos la media luna para la competición regional de rodeo. Los guasos entran por grupos a caballo y corren a atajar la vaca y pararla contra la pared. Según lo hacen, se llevan puntos positivos, cero o puntos negativos. Cuando se hace en la cadera son cuatro puntos, la máxima puntuación. Las vacas entran por un callejón hasta el apiñadero donde les abren las puertas, una a cada lado, y los dos guasos las arrinconan contra la pared. La quincha es un acolchado en un saliente de la valla, y también están la grada y la caseta del jurado.

Al lado está el cementerio, que es una maqueta abandonada de un pueblito de madera, donde una diminuta iglesia y las casitas que la rodean son los panteones. Resquebrajados, mohosos, descascarillados, podridos.

Por fin llega el microbús para Chile Chico. Hay poco local y entramos muchos turistas. El corte deja en tierra a las dos chicas de Bilbao y su compañero, que entran en otro bus. Aquí está de nuevo Masato y los pijillos de Australia y Nueva Zelanda. Y los japos Lena, Koki y Ryo tocando la guitarra sentado en la acera. Y la austriaca Franziska, que lleva un año viajando. Lena y Ryo van hacia el Norte.

Aunque las piernas no caben entre los asientos, el viaje es flipante, rodeando por el sur el Lago General Carrera. El conductor se enrolla y nos hace una paradita en un lugar donde vemos todo el Campo de Hielo Norte blanco y azul con sus picos y glaciares al otro lado del lago. Casi todos oyen música en sus móviles. Franziska lee. Koki se quedó frito hecho un guiñapo y ahora luce sus pelos electrificados.

En Chile Chico, no hay vehículos para seguir. Un buen hombre nos quiere llevar a todos y las mochilas, y a su hijo, por 5000 pesos chilenos; pero su coche es muy pequeño y no cabemos. Los japos se van a dedo, dice Masato. Nos deja en la línea que separa los dos países. Es buena hora, paseamos otros tres kilómetros hasta la aduana argentina, y después, otro kilómetro hasta Los Antiguos. Allí vemos a los japos, que llegaron a dedo, y nos saludamos otra vez.

Una vez arreglados los asuntos, un bus para Chaltén que sale a la una de la madrugada, vamos a un restaurante bueno para celebrarlo. Los japos se ponen hasta arriba de carne con una tremenda parrillada doble, ante el asombro de Franzisca, que es vegetariana y se está comiendo una guarnición de calabaza. Beni y yo compartimos entraña y un risoto de cordero. Todo está muy rico. Pedimos cabernet savignon y echamos una risas. Lo inmortalizo en un dibujo, rápido para no perder bocado.

El bus  a Calafate va casi vacío. cada pasajero ocupa dos asientos semicama. Después de las últimas luces de este pequeño pueblo, nos internamos en el oscuro sueño.

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