lunes, 22 de diciembre de 2014

sergio larraín, el fotógrafo que se desinteresó del mundo

Solo se consiguen buenas fotos 
cuando uno hace lo que de verdad le interesa, 
o sea, escoger uno mismo sus temas. 
-Sergio Larraín


Bar de Valparaíso, Chile 1963  © Sergio Larraín/Magnum Photos
Pasaje Bavestrello, Valparaíso 1952
© Sergio Larraín/Magnum Photos
Londres  © Sergio Larraín
Calabria, Italia © Sergio Larraín
Londres © Sergio Larraín
                         




Sergio Larraín por Jean Mouniq. 
Londres 1959


A la edad de 80 años, viviendo en la lejanía y tranquilidad de la localidad de Tulahuén, cerca de Ovalle, muere Sergio Larraín. Es el año 2012 y la prensa chilena sella su muerte inscribiendo su vida como enigmática, y a su trabajo fotográfico como uno de los más importantes de Chile. El contraste entre el enigma del retiro espiritual con el que le da la espalda a la fama, y una obra fotográfica publicada y consagrada por prestigiosos medios de prensa internacionales, nos resulta hoy un tanto incomprensible.  Larraín dejó voluntariamente la fotografía en 1970. Todas las imágenes que había realizado para él ya no significaron más nada: quemó todos sus negativos y, lo que hoy en día conocemos, es gracias a Josef Koudelka que había realizado copias de gran parte de su obra (nunca tuvo las fotos de Magnum en casa, el archivo estuvo en Magnum París).

Larraín, hijo del arquitecto amigo de Roberto Matta, vivió una juventud errante. La gracia del error lo lleva a viajar a Estados Unidos, estudiar ingeniería forestal, desertar, ahorrar para una cámara, y seguir en eso: haciendo las cosas de otro modo. Goza de viajes familiares que activan en él nuevas ideas. Sigue fotografiando sin una meta, como un vagabundo, sin un ideal, y algunas de sus fotografías terminan siendo compradas por Edward Steichen desde el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Gracias a una beca, fotografía las calles de Londres en 1958 y 1959. De ahí en adelante se va en subida: la Agencia Magnum lo recluta entre sus filas, lo acoge y le da un destino a su fotografía. Es el mismo Henri Cartier-Bresson quien lo manda a fotografiar a un capo de la mafia. Sus imágenes ilustran portadas y reportajes de las revistas más leídas de la época: Paris Match, Du, Life. Desde estas ligas mayores y nunca imaginadas por él, decide bajar. Lo inquietan las crisis sociales y ecológicas del planeta, dedicándose de allí en adelante a meditar y construir un mundo espiritual que lo saca de la asfixiante realidad que parece irreparable. Prefiere salvar el planeta que dedicarse a su ego.

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