martes, 2 de diciembre de 2014

cocido montañés






A pesar de que la lluvia y el viento lucharon contra el parte de Corine, el día amaneció magnífico cuando por el horizonte salió el perolo de Fede. Las sonrisas felices brillaron en la cáscara de acero. Los chorizos, morcillas y papadas dormían expectantes. Sol sacó aquel vino riojano y aquella impresionante cecina sin patriotismo. No dejaba de ser feliz, de brillarle los ojos. Hugo sacó unos mejillones enrojecidos por el pimentón entre añoranzas por Gisela. A Andrés lo vi bien, y Corine mostró su dulzura más chispeante. Isabel enseñó sus fotos como el jugador sus cartas.

Alguien abrió aquella deliciosa y diabólica bomba de relojería. Paco de seguro que hizo un agravio comparativo y José Ramón algo parecido con aire de sarcasmo. Pero solo eran maneras, bromas improvisadas para aportar alegría a la fiesta y dar compañía. Concha hacía esquemas y la conciencia multivariable de Ana se fue con los grillos de Isabel. Se lanzó despreocupadamente. Beni, aunque más prudente, no disfrutó menos. Pilar lo fue más aún. Fede estaba en su salsa espesa y le salían las arruguillas de felicidad en la cara, que yo rayaba con el boli. Y llegaron los dulces, los refrescos, el café zapatista y el coñac de armenia, que todos querían goler.

Entonces Mariano se subió no sé donde para hacer una foto aérea como un dron. Parecida a mi dibujo pero en la que salgo yo con mi libretilla llena de monigotes con cara de domingo por la mañana previsto en el parte de Corine.

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