miércoles, 5 de noviembre de 2014

santa clara y remedios




Cambio dólares en Cadeca. Cola tremenda. Me pongo a dibujar los personajes. El de atrás quiere una caricatura. Se queda inmóvil para que lo inmortalice. Cuenta que su abuelo vino de España con una medalla de la Guerra de la Independencia. Otro gili poluto dice que en Nueva York el más pobre es más rico que el más rico de Cuba y que tienen las medicinas y la sanidad cubiertas. Le digo que yo he estado en Nueva York y eso es mentira. Los cubanos viven de mitos, porque no creen en la información oficial.

Paseo feliz por las calles asomándome a las casas y a las ventanas de las escuelas. Las calles están vivas. Pasan carros, motocarros y motocicletas. Vemos el Museo Provincial y nos bebemos unas Manacas en La Cubana. Nos llegan olores de petróleo y guayaba. Los niños lavan un caballo en una alberca. El río está muy sucio. Pagamos un peso para ver el Museo de la Ciencia y la Historia. Según pasamos, la guía nos va encendiendo y apagando las luces. Es cutre, con fotocopias con los planetas, un corte de la tierra de porespán, una colección de caracolas, corales y peces disecados en plan laboratorio de colegio.
-Ese pez nos lo cenamos en Trinidad, les digo.

El de historia es un petardo, con bolígrafos, botas, guantes de boxeo y otros objetos de los revolucionarios. No llegamos a la guagua y nos metemos en un taxi a Remedios. Después del regateo, finalmente nos clavan. Luego cargan a otra chica que según el chofer es la mujer de un amigo. Siempre de negocios. Liantes.

El paisaje es verde, hermoso con las palmeras que dan buen rollo. Vamos a la casa de Ania, en la que ya estuvimos hace dos años. Nos duchamos y lavamos las mudas y damos una vuelta por el pueblo. Un pueblo tranquilo de casas antiguas de techos de madera, fachadas de grandes ventanales y patios coloniales.

El peluquero está un poco maleado. Trata de venderme puros, una moneda del Ché de tres pesos y, por fin, un pelado por un dólar. Opto por hacerle una foto. Mientras llueve entramos a un restaurante de pesos, La Fe, y nos comemos una pizza, croquetas y empanadas con dos jugos. Luego nos pasamos por el bonito Hotel Mascotte, de madera pintada. La camarera nos explica que antes fue una casa antigua, hotel de la ciudad y hace unos seis años se arregló para el turismo. Nos resuelve una visita a una habitación del hotel, espantosa. Acabamos en el Bar Louvre, muy agradable, con suelo de mosaico amarillo y blanco, muebles antiguos, techo de madera a dos aguas y cuatro puertas abiertas a los soportales de la plaza. Nos tomamos una cerveza con apagón y la camarera nos explica sin convicción que estos nombres franceses vienen de un asentamiento francés. Es curioso que las columnas de los soportales son de hierro fundido y por el interior baja el agua de los canalones.

Ania nos ha preparado plátanos fritos, potaje de frijoles y pargo con ensalada. Nos propone una moto para ir a los cayos. 22 dólares por 24 horas. Salimos a la plaza. Los chavales bailan eso que tú tienes son celos y el Ave María de David Bisbal. La cosa está animada. Ellas se contonean de maravilla y ellos tienen una pachorra que paqué.

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