viernes, 31 de octubre de 2014

de charleta en trinidad






Doy una vuelta por el pueblo, realmente bonito, con las calles empedradas y las rejas hasta el suelo, recuerda lo que antes fueran los pueblos españoles. Especialmente tranquilo a los alrededores de la Plaza Mayor. La iglesia mantiene todas las puertas abiertas. En la torre que aparece en todas las fotos tocan las campanas a ritmo de son. Personas y perros andan tranquilos, cada especie por su lado. Fotografío la peluquería La Camargue de Abel García León, barbero, pintor, escultor y galerista que se dedica a verder cuadros baratos.

Espero a Beni en la cocina de Nairobi, bajo su techo de madera pintada. Visitamos a Betty, de Matanzas, que solo es feliz charlando con los turistas. Nos pone unos zumos de papaya bajo la sombra de los árboles del patio y nos ofrece una habitación. Aquiles, el perro negro, parece un osito. Paseamos bajo un calor pegajoso y luego comemos como el culo. No hay tradición culinaria en Cuba. Creen que nos harán felices con una tortilla con patatas cocidas y cerdo cocido como una alpargata. Incluso caros, no hay buenos restaurantes. La única solución es pillar una casa de una buena cocinera.

Visitamos el Museo Histórico Municipal y el Museo Nacional de la Lucha contra los Bandidos en el Convento de San Francisco. Los bandidos son los contrarrevolucionarios de la Sierra de Escambray de 1960 a 1965. En La Escalera todavía no hay rollo, vamos al bar del Estado. No hay nada que consumir, pero nos dejan sentarnos sin.

Cenamos con Rob y Mat en su casa. Pido un machete para lonchar el embutido. Alguien va a buscarlo en bicicleta, que se tarda. Nos preguntan si nos gustan las acelgas y arrancan unas cuantas plantas al fondo del patio. El arroz se está haciendo en la maquinica china. Le echo aceite de oliva a la cecina. Disfrutan. Mat nos cuenta que Rob no es el mismo desde que vino de Argentina y reconoce que esto no es auténtico socialismo, que este país no funciona y que se han perdido ciertas costumbres buenas de antes de la Revolución, como la buena disposición al trabajo y cierta ética o valores morales que será difícil de restablecer si hay que sobrevivir con un sueldo o una asignación que no les llega. Los cubanos, cada uno en su puesto, van quitándole un poquito al Estado para intercambiar entre ellos. Y el Estado lo tolera.

Uno trae el azúcar, el otro el gas, otro petróleo, los taxistas montan gratis a las chicas guapas, los heladeros mangan la leche para las casas de turistas, los jefes escamotean una res. Esto afecta a las relaciones personales, crea nuevas posiciones de poder ligadas a las posibilidades de robar al Estado, lo que eufemísticamente llaman resolver. La cocina es una de las costumbres perdidas. La mayoría de la gente no sabe hacer guisos ni conservas.

A altas horas de la noche un regimiento de cucarachas voladoras rubias y gigantes sale de debajo de un depósito y llenan el patio donde cenamos. La limpieza tampoco es su fuerte. Tratamos de ignorarlas con unas cuantas copas de brandy. Mat quiere permutar su casa por otra más pequeña que pueda mantener. Su ración mensual es una bolsita de carne picada o un muslo, cinco huevos y una bolsa de soja. Todo se pone difícil, el trabajo no da dinero para comprar nada y todo el mundo se arrima al dólar fácil, al timo al turista. Estos ávida dolar tienen a otros trabajando como esclavos, son los pequeños empresarios, la burguesía del socialismo.

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