domingo, 6 de abril de 2014

manila caótica y católica


Con música me acuesto, con música me levanto. Espero a Beni en el patio de la pensión con una tortilla de queso. El jardinero riega el patio bailando mientras el papa duerme en la portada del Manila Bulletin

Cambiamos a 71, pero al rato nos damos cuenta de que la china malavarista nos ha chuleado cien euros. Entro nuevamente airado y pido mi dinero con la voz más alta que encuentro y una amenaza de traer a la policía. Sale el jefe y me pide el boleto, sabe que no hay tal. Afortunadamente esta gente no es de pelea y, tras un negocio de cifras, me devuelven 400, como si el cambio hubiera sido a 72,50.

Pillamos el metro en Pedro Gil hasta el inmenso mercado al aire libre de Carriedo. Vemos camisetas, frutas y verduras, discos, plantas y pelis de zombies comiendo vísceras con el pumpum de un enorme corazón. En la Iglesia de Quiado los fieles adoran un papamóvil rodeado de vasos de cristal con velas.

Todo es católico y caótico, solo quedan algunos edificios bonitos de principios del XX. Un ciego manco toca una armónica de plástico y unas latas con los pies. Compro unos aros para mis orejas y los presentes se ríen. Un hombre al que arreglan las uñas nos señala un jeepney para Quezón Memorial Circle. Allí comemos unos espárragos con zanahoria, tofu y algas (asparasu tofu) y unas gambas con gabardina en salsa agridulce (camaron rebosado). Estoy enganchado al té frío, mis riñones prefieren que no beba alcohol. Estamos en un patio circular con el tejado azul rodeados de bonsais, algunos con los troncos pintados con colores brillantes.

En el autobús hacia Cubao nos cobra un chaval con los entrededos llenos de billetes. Paramos en el gran nudo de transportes. Las miles de motos con sidecar y jeepneys producen tanto humo que cuesta respirar. Mucha gente lleva pañuelos o una especie de bufanda húmeda en la boca. Caos asiático, hormiguero. Calles abarrotadas, encharcadas de agua podrida, chavolas sobre chavolas y gente sentada en el suelo. Madres despiojando a su hijos, algunos repachingados quieren que les haga una foto y luego me lo agradecen. Construcciones imposibles, tiendas impracticables, barberías enanas. Beni desea largarse y cogemos el metro hasta Avidaft, al sur, viendo la ciudad, pues no es subterráneo. Me gustan esos edificios art-nouveau derruidos y las pinturas de las fachadas de los negocios. Nos bajamos en la estación anterior a Pedro Gil para pasear por San Andrés hasta casa.

Cenamos en el malecón con una familia jugando a las cartas. Los padres son muy jóvenes. La contaminación nos ha jodido la garganta. Una mujer pega con una zapatilla a un niño que juega en la fuente de luces de colores hasta que llora desconsoladamente. Miramos los acuarios de los restaurantes de Remedios, sus peces plateados y rojos, cangrejos gigantes verdes y de colores, y una caracola enorme. Le digo a Beni que me gustaría probar ese bicho, ella pone cara de asco.

Remedios es una calle llena de terrazas con pescado para comer. Los gatos acechan y riñen entre ellos. Beni se asusta y grita, y los niños que reparten publicidad se ríen, y luego ella.
-¿Y si hubiera sido un chino malo con un cuchillo?
-Igual, ya no tengo más volumen.

Nos vamos. Mañana cogemos un avión a Ilocos, al norte de Luzón.

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