jueves, 13 de marzo de 2014

el negocio de la saliva

Era Juan Medina desde muy chico un portento de estudiante. De hecho se ha ganado y se gana la vida dando clases particulares de Matemáticas y Física, dos piedras duras de roer. Coincidimos en el colegio de las monjas durante los años de la básica, sobre todo a la entrada, ya que era un año mayor que yo y era de otra clase, y en los recreos no me relacionaba mucho, pues yo era tímido y poco sociable.
Era a la entrada cuando todos nos arremolinábamos junto a la valla del gallinero y luego en el patio del gran ciprés, y hablábamos de la cosas que pasaban. Y donde él siempre presumía de saberse la lección. Siempre decía sabérsela, pero era imposible oírla de su boca. Quizás para que otros no aprendieran lo que él sabía, por mera competencia. El caso es que cuando le preguntábamos por qué, dudando un tanto de su reputada sabiduría, siempre respondía: No quiero gastar saliva.

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