lunes, 6 de enero de 2014

madrid castizo


A ellos no parece molestarles este insoportable ruido del tráfico. El Casino de la Reina, el Rastro, La Latina, San Isidro, Tirso, Antón Martín, Lavapiés. Cada tienda antigua, cada taberna, quisiera uno congelarlas antes de que desaparezca. Este nuevo mundo cagaprisas. Abriendo y cerrando. Tirando y construyendo, sin dejar ninguna pista a la memoria.
Unas gambas en la Paloma con el fantasma de Paco Clavel con un bigote rojo caído, y un remanso en el hoyo del Campo de la Cebada donde el grupo Ocno vuelve a la selva, a la tierra, al agua pura. Las modernas se han puesto las toquillas de las abuelas y ellos sombrero y las largas barbas de los progres. Tanta gente tan diversa alegra el día mientras no haya bronca y el sol salga. Mira por allí. Comemos un pollo asado con mucha salsa con tomillo y pimienta de esos tan ricos de la calle Valencia. Tomamos café y vemos llover en los bajos de la casa modernista de Pérez Villaamil, en la plaza de Matute, sentados en un sofá. Los abuelos con pasitos cortos y los niños corriendo. En las puertas corros de fumadores bajo la lluvia. Los mismos aficionados siempre en las mesas de la cafetería del Doré, y luego fritos en la peli. El rosco de Reyes lleva un pingüino envuelto como un caramelo. El Boquerón cerrado. Unos vinos de cháchara y luego unos digestones en el Achuri con los amigos, rodeados de espumeantes pomillos.

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