sábado, 28 de diciembre de 2013

feliz año para el cigala

Hace unas semanas, tras la clausura de las Jornadas de Bibliotecas de Extremadura, un hombre vino a verme y me dijo que él era el niño de Intemperie. Tuve que mirarlo a los ojos para comprender lo que quería decirme. Tenía una mirada profunda y apesadumbrada. Charlar con él me confirmó lo que intuía en sus ojos: que había sufrido, que se había rozado con la vida, que tenía cicatrices por todas partes. Me confesó que el libro le había dolido pero que también lo había sanado. Yo no sé muy bien por qué escribo, pero ese encuentro me ayudó a comprender dónde reside el poder de la literatura y, más ampliamente, de la palabra. Antes de comenzar una novela, sabemos que lo que vamos a encontrar es un artefacto. Un montón de palabras sobre un papel en blanco. Sin embargo, durante la lectura, suspendemos aquellas categorías que nos sirven para habitar el mundo y, por unas horas, nos desplazamos por un territorio que es, a lo sumo, sólo una imagen de la vida. ¿Por qué entonces a ese hombre le dolía una mera representación de lo real? La respuesta a esa pregunta bien vale un oficio y, para mí, condensa lo vivido en un año entero.


Intemperie de Jesús Carrasco ha sido elegida como mejor novela de 2013 por los lectores de El País y novena de las propuestas en Babelia en votación de los especialistas.

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