lunes, 22 de julio de 2013

duelo de villanos





Cándida esperaba en la estación de Almagro. Con el pelo blanco no podía disimular los rastros de la belleza. Parecía una muñeca desvalida que hubiera envejecido de golpe. Por eso le ayudé con la maleta y luego le cambié los cincuenta euros para que pudiera beber agua fresca. No cabía en su asiento, como una niña, era imposible sujetarla.

Entonces me abrió la puerta del villano, aquel forajido del Puente de Vallecas de mirada cruel que fuera el malo de tantas películas. Aldo Sambrell, el de Atraco a las tres, Cleopatra, Scheherezade, Se vive una vez, Gringo, El hombre de la diligencia, Por un puñado de dólares, La tumba del pistolero, La muerte tenía un precio, Tres sargentos bengalíes, El bueno, el feo y el malo, Los despiadados, Quince horcas para un asesino, Superargo el gigante, Dinamita Jim, Kill, Vudú sangriento, El viento y el león, Las muñecas de King Kong, Monster, El último harén, Conan el bárbaro, Tuareg, Flecha negra, Hierro dulce, El río que nos lleva, Soldado ignoto, Hombres de acero, Killer barbys... y tantas otras.


Cándida era de Socuéllamos y tenía una casa en El Viso, de donde volvía de un homenaje a su cruel marido. Se sentía feliz de ser quien era y quería ser escuchada siempre que no se le exigiera otro ritmo. 

Mientras seguía hasta Alicante, yo me bajé con Rod Mafri, un malvado más modesto especialista en morir. Ambos tenían la misma barba y esa mirada asesina. Sus frías manos delataban que la última muerte, la de verdad, ya había llegado. Pero ambos se vieron ahí en mi cabeza y se saludaron respetuosamente. Después vino el barullo, y los disparos. A pesar de todo, imaginé a Cándida feliz en una hamaca como esos insertos al final, a punto de salir las letras mientras me siento cansado y alguien, en algún lugar del mundo, canta.

Aldo Sambrell, la mirada más despiadada de José Manuel Serrano Cueto. Yo fui Rod Mafri, en a30 nº5.


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