sábado, 16 de marzo de 2013

el cavanagh y otros paseos


Me pego un madrugón como un currito; pero con gusto porque estoy de vacación. Pillo el 126, con los espejos horteras labraditos como en una pastelería de pueblo. Me bajo al final en Retiro. La ciudad está solitaria, algún mendigo durmiendo en un banco y dos marines con bayonetas caladas guardando una tumba. Hoy será la Plaza San Martín: una isla verde en loma con magnolias, gomeros (ficus), palos borrachos y jacarandás, rodeada de edificos emblemáticos como el kavanagh, el hotel Plaza, o las Galerías Pacífico. Al lado de abajo las tres estaciones de ferrocarril de Retiro y la Torre de los Ingleses (ladrillo rojo, piedra blanca y tejadito de bronce, es un reloj regalado por la comunidad inglesa) que sobresalen de los árboles.

Me siento en el césped para dibujar el Kavanagh y un ejército de mosquitos me desaniman. Es un edificio de 1935 que durante muchos años fue el más alto de América del sur, de hormigón armado y líneas verticales al más puro estilo neoyorkino, con volúmenes simétricos que van siendo menos a medida que la fachada sube, hasta llegar a un vértice de metal negro que repite su base triangular; en resumen: rebonito y con diferentes perspectivas curiosas, pues desde la esquina se ve triangular y desde más arriba muy plano. Como los mosquitos no se cansan, me lo despacho enseguida.






Un buen paseo: Defensa (montando sus tenderetes) hasta Plaza de Mayo (visita a la Catedral en misa, la tumba de San Martín con una bandera encima), Avenida de Mayo hasta el Hotel Chile (modernista simple, precioso), el edificio del diario Crítica, con cuatro esculturas en la fachada, y el Barolo, de 1922 y con un faro de tres mil bujías en su cúpula y un pasaje hasta la calle paralela con preciosas lámparas en las bocas de unos dragones. De allí a Plaza Lavalle, con la Corte Suprema, el Teatro Colón, el Museo Judío y la Sinagoga, y un edificio modernista (a lo New York) que se va complicando a medida que vamos levantando la vista a su fachada, justo enfrente del teatro Cervantes (copia de la Universidad de Alcalá de Henares, bastante feíllo). Plaza de la Libertad y todo seguido a la Recoleta.

Frente al cementerio, y debajo de un gomero centenario espectacular, reposamos nuestros traseros, en la terraza de La Biela, café restaurante que frecuentasen los pilotos de carreras de los años cincuenta y también Boy Casares. Ahora está llena de pijos preocupados por el cloro de su pileta y el daño que le hace el aire acondicionado. Una brasita encendida en la mesa de al lado es incansable; pero el premio se lo lleva el camarero-bombero, propio de un espectáculo de variedades, lleno de tics contagiados de un Chaplin de barrio. Corre el aire fresco y se agradece como las cervezas fresquitas y los bocatas de filete de lomo super tierno.

Alfonso nos atrae todos los mosquitos como aquellas tiras de pegamento. Charlamos tranquilos mientras el evoluciona hacia La Cosa, y le salen protuberancias en manos, brazos y cabeza. En algún descuido mete la mano en el hielo del cubo de la cerveza esperando un gesto exagerado del cómico-camarero, que no hace más que preguntarnos por Asturias, la patria de su papá.

Volvemos en taxi hasta Retiro. El taxista no pierde el tiempo y teje una bufanda azul marina en las esperas de los semáforos. Orgulloso me enseña todo lo que ya tiene confeccionada. Lo curioso es que no usa agujas sino un artilugio artesano que lleva sobre el volante, una tabla llena de clavos por donde entrecruza la lana. Vemos la espectacular estación: los joles, las taquillas en curva con azulejos verdosos y la inmensa estructura metálica. La cafetería, pasadísima de rosca, está cerrada.

Siesta. Luego paseamos por Defensa, bastante animadita, hasta Plaza de Mayo, Puerto Madero plagado de gente que vuelve en romería de la Costanera Sur. El puente de Calatrava parece la foto de un maratón exitoso. Paseamos por la parte exterior de la UCA que va más tranquila y subimos al barrio por Chile, que en este tramo bajo se hace más ancha y está llena de terrazas.

Aquí cenamos quesos insulsos y fiambres que nos trae una camarera novata. Lo que los mosquitos han hecho con Alfonso sigue pareciéndose a él, pero no tiene perdón. Le da un aspecto asimétrico curioso. En fin, no hay nada que no pueda solucionarse con un gin tonic.

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