lunes, 18 de marzo de 2013

cumpleaños



¡Me mataaaste! 
dicen cuando no tienen la respuesta a tu pregunta. Y es que son pacíficos y todo lo solucionarían con la palabra adecuada. Pensamos que creen saberlo todo, no es así, es sólo una obligación moral, el juego máximo de la convivencia. Mientras nosotros vamos a pillar al vecino, como un contrario, ellos buscan los puntos comunes. Quizás esto sea lo correcto en una sociedad donde la gente tiene tan distintas procedencias. A nosotros nos aburre. Los uniforma, los hace iguales entre ellos.


Hoy hacemos una excursión en el 39, ese autobús marrón que pasa por Constitución (otra estación impresionante). Nos bajamos en el Alto Palermo y paseamos hasta los parques de abajo: el botánico, el zoo, el Jardín Japonés. Guardo las hojas de la pita, la araucaria, el olmo del Japón, el liquidámbar, el ciprés cano.

Hace un calor húmedo tremendo y arrastro el sueño que me robaron los guiris esta noche. Comemos en el Malba, que es el museo de arte contemporáneo latinoamericano que hoy está cerrado, pero abre su restaurante pinturero atestado de pijos del más alto nivel. Comemos cosas simples, yo un revuelto de huevo con champiñón, pero lo que parece un aperitivo para salir del paso se convierte en una comida rica y agradable. Nos acercamos a ver la terrible enormidad feisma que es la Biblioteca Nacional, un búnker gigante, un transformer de hormigón. Esperamos que levante aún más la cabeza, desentierre el resto del cuerpo escondido en el montículo y se largue con pasos ruidosos a su planeta. Agotados por el calor, nos volvemos al barrio y nos echamos a la siesta.

Cuando vuelven Isabel y Alfonso seguimos dormidos. Traen el miércoles: el cumpleaños de Alfonso adelantado, para celebrarlo con nosotros. Alfonso ha preparado dos alternativas, nos decantamos por la carnaza: La Cabrera, grillado & bar, Cabrera 5099, Palermo Viejo.

Hay una cola considerable, fundamentalmente guiris vestidos para la ocasión, que la camarera entretiene sacándoles champán.
Afortunadamente no tenemos que hacer la cola de forma presencial: la camarera nos llama mientras nos bebemos unos vinos en el bar de al lado.

Comemos mollejas, tira americana y el ojo de buey regados con un malbec de 2008 de la bodega de El Esteco, delicioso, creciéndose en el tiempo: Ciclos. El ojo de buey viene un poco pasado y lo echamos para atrás sin el más mínimo problema. La mesa está bien y no estamos demasiado apretados para lo pequeño que es el local (las mesas de al lado están tan juntas que los comensales de una y otra se hacen amigos, necesariamente). Las guarniciones están muy ricas pero el meollo del asunto es la carne que está extraordinaria, sabrosísima; aunque la conclusión que circula por la mesa es que no es necesario (incluso que no compensa) ir a un sitio tan famoso (con las incomodidades y desproporción de precio que supone) para comer buena carne en Buenos Aires. Es difícil asegurar que este ojo esté mejor que el que probamos ayer, y el sitio era más distendido.

Nos aprovechamos de la zona para beber cubatas. Isabel descubre que cuando preguntamos si tienen ginebra y nos dicen que no, en realidad si la tienen, sólo que usan la palabra Gin. Nos despachan pues un gintonic y otro con sprite, y a Isabel un jotabé. Y mientras hablamos otra vez de nuestro viaje
(pesados) nos llegan las tres y hay que irse a acostar.

Esto se está acabando, se hace evidente mientras el fresco de la noche veraniega entra por la ventana del taxi y al otro lado hermosos edificios poco iluminados van quedándose atrás. Se está acabando: la distancia de las voces, las sombras, el cansancio de las palabras, lo irreal de las cosas... los trazos inequívocos del final de un sueño.

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