jueves, 28 de marzo de 2013

cándido lópez vs roa bastos


Vista de Curuzú desde aguas arriba











Trinchera paraguaya de Curupaytí




Así, de aquellos primeros años, de aquellas historias increíbles a reventar de vida y muerte, una es la que rememoro y veo con más nitidez: la del soldado enemigo que se ponía a pintar los preparativos de una batalla, o el paisaje sepulcral poblado de muertos, que dejaba una derrota. Sentado en un tronco, o de rodillas frente al caballete, con la visera del kepis sobre la nuca, fijaba con sus pinceles esas visiones que envejecían rápidamente.

Cuando lo descubrí por primera vez en los campamentos aliados de Paso de la Patria, sospeché que se trataba de una nueva forma de alucinación. Le disparé un tiro que levantó un poco de tierra detrás del caballete. No se inmutó: volvió fugazmente la cabeza en dirección a mi escondrijo, lanzó un escupitajo y continuó pintando, impasible. No fui yo solo quien lo vio: muchos otros lo avistaron pintando con la misma impavidez el desarrollo de los combates, sentado en lo alto de las barrancas. Lo apodaron 
el ta’angá apohá (el hacedor-de figuras). 

Desembarco del ejército argentino frente a las trincheras de Curuzú
Quimera o no, lo volví a ver en Estero Bellaco, en Curuzú, en Tuyutí; por último en Curupaytí, al día siguiente del desastre de los aliados. Pretextos recorridas de exploración, salía a buscar a ese fantasma que pintaba fantasmas. Con el catalejo no tardaba en ubicarlo. Absorto, hacía su trabajo sin apuro entre los reverberos del sol y el aire manchado por el humo de la pólvora y los incendios. Sólo cuando el sucio crepúsculo comenzaba a caer, parecía acometerlo cierta inquietud, como preocupado de que los millares de cadáveres se levantaran de pronto, recogieran sus carroñas y se fueran caminando hacia algún lugar oscuro y desconocido.

En la tierra que las explosiones talaban y llenaban de cráteres, ese hombre fijaba el punto en que el tiempo aparece y desaparece. En ese punto, que abarcaba a todos, a vivos y muertos, a amigos y enemigos, también mi imagen –pensé – debe hallarse presente: la imagen de mi cuerpo escondido entre los matorrales; mis ojos observando a ese hombre cuyos ojos y manos disputaban al olvido el misterio de la comunión que la guerra forjaba: sus símbolos más visibles pero también más ocultos.
Me hubiera gustado que el hacedor-de-figuras llegara hasta Cerro-Corá, y que allí hubiese inmovilizado con inmutable pero viviente fijeza ese momento único en la historia de América.

          
                                                                                                    Augusto Roa Bastos. El Sonámbulo.

Campamento argentino frente a Itapirú






Por momentos no se sabe si Sir Richard está relatando lo que vio realmente, o si está traduciendo con palabras, necesariamente más pobres que las imágenes y como deformadas groseramente, las visiones de delirio de Cándido López, el pintor de la tragedia. Burton vio y admiró esos cuadros que iban saliendo “del natural” pero también de una visión de ultratumba; incluso vio pintar a Cándido 
López, sentado entre los muertos, al final de una batalla. “Parecía un sordomudo o un sonámbulo completamente fuera del mundo real” – escribe en una de sus cartas (la décimo-tercera), totalmente dedicada al pintor.
                                                                                                      Augusto Roa Bastos. El Fiscal.


Parece del todo cierto que Sir Richard Burton hizo de reportero en la Guerra de la Triple Alianza de Argentina, Brasil y Uruguay contra su vecino Paraguay, de 1865 a 1870. Los banqueros del imperio inglés estaban muy interesados en acabar con la autosuficiencia de un Paraguay sin deuda externa y endeudar aún más al resto financiando la guerra. Fue Burton quien habló del saqueo de Asunción y cómo vio las cortinas de palacio puestas en Argentina. Pero no es cierto que Cándido López pintase las batallas directamente en los lienzos en plena contienda como comenta el coronel traidor Silvestre Carmona ante la Fiscalía del Estado. Cándido dibujaba esbozos con lápiz y hacía anotaciones en su diario personal, insistiendo fundamentalmente en el paisaje de la batalla; y fue después, ya casado y retirado al campo finalizada la guerra, cuando los pintase con la única mano, la izquierda, que le quedaba.

Esta imagen podría ser de su Diario
Es cierto que pintó a sus enemigos en las trincheras paraguayas desde su propio terreno (segunda foto), incluso a sí mismo cayendo herido en plena batalla de Curupaytí; pero hubiera sido imposible llegar más allá, pues fue aquí donde una metralla se llevó su mano derecha al saltar una zanja de la trinchera, y más tarde a su asistente mientras lo vendaba. Le fue amputado medio brazo y más tarde por encima del codo ante el peligro de gangrenarse. Y la guerra real acabó para él. Aunque su cirujano pensase que había truncado su carrera pictórica, Cándido practicó con la izquierda, regaló su primer cuadro al médico y siguió pintando esas mismas batallas al óleo. Es precisamente que pinta desde la imaginación que pueda considerarse como un artista.

Fue duramente criticado en su primera exposición en Buenos Aires, solo destacando su interés histórico. Hasta criticaron que pintara la tierra roja (propia de Paraguay pero algo extraño para un porteño). Hasta 1887 no consigue vender sus 29 cuadros expuestos por once mil pesos argentinos al Estado de la República, como él quería; pudiendo descansar de tanta naturaleza muerta pintada para sobrevivir junto a su señora y diez hijos. Hoy está considerado como un gran pintor de la Argentina, aunque hay muy poca obra en el Museo de Bellas Artes y sus batallas estén felizmente guardadas en los depósitos del Museo de Historia (en el Parque Lezama), donde es imposible verlos.

Jamás he visto su famoso Diario de Guerra, aunque lo he intentado insistiendo en el Museo de Historia de Buenos Aires. Agradezco cualquier información o enlace sobre él.
Más información aquí y aquí. En 2005 José Luis García recorre en un documental los paisajes de sus batallas.

1 comentario:

  1. José María:

    ¡Qué pintor Cándido López ! ¡y qué texto tan bueno el tuyo!.

    El video me pareció un poco cansado (sólo aguanté 40 minutos)



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