viernes, 25 de enero de 2013

trujillo, chan chan y playas de huanchaco




A media noche tenemos que poner la mosquitera. Me levanto tarde. Beni sigue durmiendo. Detrás de la ventana: el patio con una gran buganvilla, muros de adobe y, aún más atrás, esas montañas negras que emergen de la arena del desierto. La Casa de Clara tiene un ambiente joven, alegre, de albergue. Un tanto descuidada.

Camino de la estación, me encuentro a una señora prensando caña de azúcar. Le pido un guarapo y se ríe porque aquí tiene ese nombre el jugo ya fermentado, el licor. Corta las cañas por la mitad y las mete en la prensa. Su hijo pequeño mueve los rodillos con la manivela. Las pasa dos veces. El resultado es un jugo rico, dulce. Sin agua y sin hielo es más seguro para mi estómago.

Me asomo al patio de una casona. Columnas de madera, lajas de pizarra en el suelo. Su dueño, Juan Castillo, me ofrece visitarla. Una casa solariega antigua, con rancios muebles, escalera con balaustrada de boliches y cuadros sin mucho valor. Me llama la atención un San Francisco abrazado a Cristo sin aún haberse desprendido de la cruz. Le pega a la sensibilidad de Don Juan, al que obligo a posar. Coqueto, se arregla su pelo blanco. En Mariscal Orbegoso, atravesada la plaza, encuentro una peluquería con rollizos de madera en el techo, butacas clásicas y su dueño, gordito y simpático, al que pido permiso para fotografiar. Me cuenta que su negocio tiene unos setenta años. Me indica la estación, donde compro dos billetes de cama, para las nueve y media de la noche, y así ir dormidos hasta Lima. Doscientos soles. Cincuenta y cuatro euros. Caros.

Pillamos una combi a Huanchaco (¡Huanchaco, Huanchaco, Triple Bolívar, Plaza Amor! grita el chaval desde la puerta) que nos deja a la entrada de las excavaciones de Chan Chan, la inmensa capital chimú, de 1300, la ciudad precolombina más grande de América del Sur. La combi, el transporte más popular, no tiene paradas concretas, puedes bajarte en cualquier punto del trayecto. Puedes recorrer una sola cuadra o ir de una localidad a otra gastando de 20 centavos de sol a un sol veinte, o sea: de siete a cuarenta céntimos de euro (el tour operador te cobra unos veinte soles). Paseamos hasta el Palacio Octavo, el único restaurado de sus nueve (uno por emperador). Es alucinante, de adobe ocre grisáceo (el color de la arena). Interesante el culto al agua de esta cultura del desierto, con hermosos relieves de la luna llena, el pelícano, las olas, los pozos, los jardines acuáticos. En el museo dos figuras de madera: el guardián y el prisionero. El guardian con un gran parecido al ídolo de La oreja rota de Hergé.

Las playas de Huanchaco me recuerdan el Torremolinos que conocí de niño. Playas a tope. Chicos posando con gafas de sol, Ligoteo, chiringuitos ballenato, souvenirs de conchas para poner encima de la tele, helados derritiéndose, siesta en la mínima sombra. Buscamos un restaurante fresco y tranquilo. Arroz con mariscos, más risoto que paella, más marisco que arroz. Cerveza Trujillo. Después paseamos por el pueblo y combi de vuelta. ¡Oerre mayorista los incas! grita la chica desde la puerta. Los Incas, Plaza de Armas, Pizarro. Descanso en la Cafetería Asturias. Por fin un pisco sour. Pisco, limón, clara de huevo, jarabe de goma, hielo y amargo de angostura nos desvela el camarero. Lo mejor que entra en barriga.

Recogemos las mochilas y nos vamos a Ittsa, la cía transportista. maravillosas plazas horizontales en asientos mullidos. En la parte delantera pueden ver dos audífonos para oir música, o bien el dividí. La azafata parece explicarnos cómo se las gastan los ricos. Un refrigerio, una peli y a dormir en la gloria.

4 comentarios:

  1. Me gusta mucho el de la playa. ¿Qué utilizas en estos dibujos en marron o en esos otros azules? ¿tal vez una estilográfica? ¿qué tintas son? Perdón por el interrogatorio.

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  2. Hola Enrique. Son rotuladores. El marrón es un edding viselado para caligrafía (no sé si es el número 1225 o 1250) que no te puedo recomendar porque al cabo del tiempo aparecen los dibujos en la parte trasera de la hoja como las caras de Belmez. El azul es otro rotulador (no sé cómo llegó a mis manos) de esos que tienen diferente grosor de trazo en cada extremo. Su uso no es premeditado, más bien azaroso- Lo que tengo a mano.
    La herramienta con la que más me siento a gusto dibujando es el rotulador de punta dura y viselado pues, como los niños, aprieto la herramienta y me encanta el trazo desigual. Antes los conseguíamos en internet pero ya no nos los mandan. Las plumas de punta viselada también me gustan, hay a la venta una parker. El problema es que no puedes colorear pues la tinta se corre con el agua. Nunca encontramos la herramienta perfecta.

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  3. Gracias por la respuesta. Me parece haber visto en algún blog que hay quien carga en las plumas tinta resistente al agua, me suena una marca, algo así como Noodle.

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  4. Es cierto y yo lo he hecho con un cartucho falso que permite ser cargado por un sistema que usaban las antiguas estilógraficas. Pero sólo me funcionaba si no pasaba un día sin dibujar. Si no, se obstruía el plumín. Realmente ahora podría usarlo. Pues no pasa un día sin hacerlo. Ya ves, nos gusta también cambiar, probar, dejarnos llevar por nuevas herramientas. Un saludo

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