domingo, 2 de septiembre de 2012

volando voy


Sueño que hacemos una ruta turística por el bosque. Alguien cambió los botes señalizadores de los matorrales y pasamos siempre por el mismo sitio. Saludamos a la misma gente que hace lo mismo, como un bucle.

Cabeza loca le digo al azafato cuando vuelvo para recoger este cuaderno ¡que ya había olvidado en el mostrador! mientras él se me insinúa y me mete mano para que guarde muy bien los billetes in the pocket. Quince dólares de tasas. Leo en la mejor butaca del aeropuerto, junto a la gran escultura de la ostrería Jade, la miserable vida de Reinaldo. La última Island lager. Sólo me piden el pasaporte los de British Airways. No problem.

Cuando salimos el cielo está ya rojo. El avión gira hacia el Este. Atravesamos la cuadrícula de luces de Vancouver, respetando los huecos del agua que atraviensan los puentes, ahora de luz. Luego, kilómetros y kilómetros de inmensas montañas con los picos nevados, como una alfombra arrugada sobre la que ha caído harina. Nubes dehilachadas y al fondo la niebla. Los grandes lagos se pierden en la oscuridad y sólo quedan las crestas blancas. A veces un sólo pico nevado en el abismo oscuro con una extraña luz roja. A las once nos hacen cerrar las ventanillas, se acabó el espectáculo, nos acercamos peligrosa y rápidamente a la mañana siguiente.

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