sábado, 1 de septiembre de 2012

un papel manchado


Cuando entro al despacho del cónsul, está oyendo mi voz en la cinta del contestador. Antes tenía secretaria, ahora está solo. Tiene mala facha, las uñas sucias, y todo está desordenado. Se pega hora y media buscando una carta que redactó su secretaria para una familia en un caso como el mio, para copiarla. No la encuentra y hace una de cuatro líneas y varias tachaduras de tippex en la que dice: Agosto 31.98. Don Tal y tal, español, sujeto en tránsito de Vancouver a Madrid, vía Londres, este viajero ha perdido sus documentos, ayúdenle para que llegue a su destino. Firmado J.A. Cónsul de España.
-Esto puede dárselo a cualquiera, no acredita mi identidad. ¿Por qué no pone una de estas fotos y pone mi número de D.N.I: y un sello del Consulado encima?
-Ayudará.

Voy a la playa por última vez. ¿A qué esa morriña cuando se acaban los días del sitio donde estamos, acaso la percepción de que no volveremos nunca? Gente, soletón. Como algo, me baño, me ducho. Hago un dibujo rápido, sin pretensiones, que me recuerde esta playa. Unas chicas se duchan vestidas. Paso el tiempo leyendo Antes que anochezca de Reinaldo Arenas, que he comprado para las esperas del aeropuerto.

Vuelvo al divertido Spuntino. No sé si despedirme o si seguiré por aquí más días. Vuelvo al Hotel St. James. Han hecho la cama. Desde que duermo sobre un colchón he perdido la llave de los sueños.


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