lunes, 24 de septiembre de 2012

a guanajuato


Un taxi nos lleva a la terminal del norte, donde un autobús de Primera Plus, por doscientos cincuenta pesos, nos dejará en Guanajuato. Carteles indican que no se pueden llevar armas ni ir bebido. Después de cinco horas y cuarto, en sillones bastante cómodos, un descanso después de tanto caminar, llegamos a los túneles de Guanajuato, una extraña forma de llegar a una ciudad. Parece que se construyeron para liberar el agua que la inundaba con frecuencia, y ahora se usan para liberarla del tráfico. Un autobús nos deja en el mercado, muy cerca de la Casa Kloster. Aquí nos hospedamos. Es un sitio agradable, con las habitaciones alrededor de un patio abierto lleno de macetas y desde el que se ve la enorme estatua del Pípila, un héroe local, con su antorcha de piedra rosa. Nos inscribimos en una oficina llena de trastos, donde sólo distingo una columna de sombreros y una televisión.

Guanajuato nos gusta. Es una ciudad de casas de colores llena de estudiantes y la calle está tomada por jóvenes lampiños. Hay bares y restaurantes baratos para estudiantes, algunos ofertan la cerveza que seas capaz de beberte por 60 pesos. Nos recorremos las calles y plazas principales. Hoy celebran San Miguel. Mucha gente, en la Basílica, llevan al santo en unas vitrinas de cristal, con dos campanarios, colgadas a la espalda como una mochila. Plazas y parques con laureles chinos. En el Jardín Unión tocan trovadores y mariachis y los estudiantes se sientan en las escalinatas del Teatro Juárez. Cenamos una enfrijolada y luego cae un tequila en el Truco 7, un bar muy agradable con patio, en la calle Truco, pegada a la Basílica. 

Hace fresquito, nos dormimos oyendo el bullicio de la calle.

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