jueves, 12 de julio de 2012

camino de santiago: de el haya a castro urdiales




Amanece nublado amenazante. Retomamos el camino. Pasamos por debajo de la autovía que destroza el paisaje con un puente de hormigón que sobrevuela el campo de fútbol de Ontón. Última vista al mar. A la entrada del pueblo, una desvencijada casa-palacio con unas hermosas escaleras intactas. Seguimos por asfalto a Baltezana y empezamos a subir el Alto de Helguera, cuyas rampas más difíciles se hacen por un camino muy destrozado, bajo eucaliptos, hayas y robles. La bajada se hace nuevamente sobre asfalto. Nos metemos en la vía verde de Traslaviña, de la que queda aún la estación de Otañes. No entiendo por qué la han asfaltado. Cruzamos cortados y prados como un lento tren, prados con ovejas de lana tan larga que no se les ven las patas, un puente a la altura de las copas de los fresnos del río y, finalmente llegamos a Santullán con un fondo de grandes rocas de la Peña de la Cruz. Un vizcaíno me cuenta que la peña de Santullán es la última, la que está más a la derecha, la de la cantera. Le acaban de ampliar la concesión de explotación otros veinte años, no va a quedar nada. Si ves sólo han respetado la cumbre porque es un punto geodésico. Los ingleses se llevan de aquí los áridos para no destrozar sus paisajes. Ya en Santullán, se ve como la pirámide escalonada de Saqqara, pero a lo bestia.
Frente a la iglesia de Santullán, en el centro social, me tomo unas cervezas con tortilla y pinto esa extraña torre del reloj. Me fumo un cigarro esperando a los chicos, pero por aquí no viene nadie, que llegan cuando ya voy de camino. La entrada a Castro es horrenda con ese montón de casas iguales y feas que tanto se hacen ahora. Destaca una última resistente, con balcones de esos de antes, la fachada blanca y un jardín muy artesano.
Sigo las flechas hasta la playa. Allí, me fumo un cigarro mirando a los valientes del agua y espero a los demás. Hecho el grupo, caen unas judías pintas y unos lirios (peces) rebozados y regados en sidra. Después, una siesta y un paseo por el pueblo. Bonitas casas burguesas en el paseo marítimo: los chalets de los San Martín y los Echea, los edificios de tejados de aguja y la casa de los Chelines. Y también la vergüenza de El Coño, fruto de la corruptela de un alcalde que echó cemento sobre la Arqueología. Santa María de la Asunción parece que caerá, llena de pegoletes. El Castillo del s.XIII con un faro del XIX. El único puente medieval que queda (esa misma burguesía que se forró con la minería y adecentó la ciudad, estaba dispuesta a llevarse todo por delante para sacar su mineral). El peñón de Santa Ana, salvo por la lucha de las mujeres.
Paseo con Calixto por el muelle. Nos cenamos unas ricas sardinas con txacolí al borde del agua y luego nos bebemos unos refresquitos en La Concordia, frente al hueco que dejó el desaparecido Teatro de la Villa, una plaza fija en las tournés por el norte de todo artista que se preciase, primero Bilbao y luego Castro Urdiales, nos dice la guía del peñón.

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