domingo, 19 de febrero de 2012

montañas y valles hasta leymebamba



Temprano, un pájaro silba como los indios que fingen pájaros, y Cajamarca está cerrada, sólo quedan los restos de la batalla: botellas rotas, el sonido de algún tambor y algunos mozos tambaleantes.
Desayunamos en el mercado, que es un hormiguero, café con leche de esa de cuando éramos crios y un bizcocho. La estación está al lado, todo un espectáculo, las bici-carros que llegan cargadas de electrodomésticos, sacos de patatas y jaulas de cuyes; la gente que se arremolina para pillar su maleta, y las mujeres de la sala de espera que almuerzan una sopa de choclo. Nadie pierde el tiempo, cuando lo hay se duerme.
Vamos por un carreterín nefasto dando botes y mirando vacas, vacas y vacas. Por lo menos lo podemos hacer, porque ya van cinco días sin llover, de no ser así tendríamos que haber dado la vuelta. Por aquí no hay ni una chacra, son todo pastos (la pampa) y ganado. Mucha animación en un pueblo, es la feria del ganado; vacas y vacas. Cuando sacamos las mochilas en Celendín, apenas si se ven con la capa de polvo. Celendín es polvo. Un motocarro nos lleva al Monumento y justo pillamos el bus para Leymebamba. Hemos tenido suerte.
El bus es mucho más cómodo, aunque para en cualquier sitio. Subimos y subimos. Esto ya son montañas importantes. Bajada al río Marañón, cruzamos el puente colgante de cables de acero anclados a la roca y llegamos a Balsas. Está en un bosque de manguitos, vemos colgando miles de frutitas amarillas (puede ser que sea cacao).
Lo mejor viene ahora. Tremenda subida por la carretera escavada en la roca, tan alto que la vegetación se queda en ichu amarillento ¡y la vista de todo el valle del Marañón, una auténtica gozada! Beni se va cambiando de asientos para no mirar el abismo. Y después la calma del altiplano y Leymebamba, un pueblo tranquilo, bonito y sin tráfico. La gente es especialmente receptiva y simpática. Nos ofrecen un hostal en la plaza. La habitación tiene una balconada al prado, hasta aquí se oye la misa. El dueño nos explica cómo visitar el museo y la colección de colibrís de cola de espátula. Cenamos aquí mismo, pollo a la brasa con Inca Kola. Luego, el patrón nos encuentra un local de internet donde me enganchan mi ordenador mientras, al lado,  medio pueblo juega a las cartas. Parece que, al fin, encontramos tranquilidad

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