miércoles, 31 de agosto de 2011

28may09 haiphong-catba





Tempranito me escapo a dar una vuelta por esta tranquila ciudad a la francesa. Voy hacia el puerto. Hay un barrio flotando en el río frente a la estación de autobuses. Hago fotos a los sampanes y a un niño que sale para ir al colegio. Se enrolla y me lleva, pisando crujientes tablas de barco en barco, hasta su casa. Me presenta a su familia y les hago fotos dentro de la casa. El padre, muy joven como todos los vietnamitas, me acompaña para salir al andén. Desayunamos en un quiosco y, luego, me vuelvo al hotel. De camino dos señoras mayores que hacen gimnasia me piden una foto. Vistas, me la aprueban.
Cogemos una moto-bike para el express a Cat Ba, que es un viejo y destartalado hidroplano de procedencia rusa y con muchos años encima. Lo cierto es que va muy deprisa y parecemos ir en un gran ave rasando el agua. Se pone a llover y, desde aquí, todo es más hermoso.
Alucinante la entrada a la Bahía de Cat Ba, llena de barcos de pesca verdes y azules, todos con la bandera roja con su estrella centrada. Pillamos un cojohotel por seis dólares en el puerto. La pared de la fachada es de cristal ahumado y las vistas son del copón de la baraja. Ducha y bañador.
Por una pasarela de madera que recorre los acantilados de rocas negras (impresionante) llegamos a la playa llamada CO2. Fina arena amarilla llena de restos de corales y piedras negras que le dan un extraño punteado, en una cala de medio kilómetro. Tumbonas bajo las palmeras. Es la última de tres calas seguidas rodeadas de verde y rocas en el Mar de China Meridional. Del agua emergen pequeños islotes de piedra con vegetación en las crestas. Estamos pegados a la Bahía de Ha Long.
Aparece una pareja de marcianos blancos como la leche. De estar solos y, por tanto, ser protas, pasamos a ser simples deslumbrados por el pálido brillo de estos seres de pelo rojo. Me pido una Halida, la cerveza del elefante. Una chica se pone a barrer la playa tapada de arriba a abajo.
Ya en el puerto, nos sentamos en una terraza. La cerveza de barril es muy barata, la enfrían poniendo encima bloques de hielo.  Al lado hay una familia vietnamita. La niña nos trae unas tiras de pescado seco a la plancha. El padre nos mira como ideólogo del regalo. Está bastante rico, se lo agradecemos. ¡Qué cosas tan ricas hacen en este país, cómo nos gusta! Rechaza mi cigarro porque es mejor el suyo.
Se juntan en nuestra  mesa todas las amigas que he dibujado, se beben la tetera, unos dobles y unos cacahuetes crudos que están riquísimos.
Negociamos con una niña unos cangrejos con las patas azules. Cuando ve que la dibujo, vuelve a ser niña y se olvida de los negocios. Los ojos de los vietnamitas no tienen nuestros lagrimales, el párpado de arriba monta o se cruza con el de abajo. Los pómulos son más marcados.
En el muelle, las parejas comen pipas al fresco. Nos tomamos un guarapo con hielo. Sólo hay una luz roja con un bienvenidos a Cat Ba. Aquí se está en la gloria. Hemos encontrado nuestra temperatura, la noche fresca de verano. Se quitan las chanclas y se levantan las camisetas para disfrutar. ¿Qué más se puede pedir?

martes, 30 de agosto de 2011

final del ramadán ¡id mubarak!



Esta mañana, la Plaza de Lavapiés está animadísima. Los bangladesíes la han tomado todos de guapetón con sus sayones y el bonete. Se saludan abrazándose tres veces, alternando cada lado de la cabeza, y luego dándose la mano. Fuman todo lo que no han podido fumar y charlan alegres después de la sesión de mezquita. Los jóvens se hacen fotos. Me siento en un banco y me pongo a dibujarlos.
Un buen día para ser musulmán.






Este año llegó la crisis también a Las Noches de Ramadán, y se retiró la Casa Árabe. Fabricantes de ideas / La fábrica de ideas sigue organizádolas. Este año, sólo dos conciertos, en el Parque del Casino de la Reina el Viernes 2 de septiembre por la noche, de Madina N'Diaye y Hoba Hoba Spirit.

27may09 ninh binh - hanoi





 Los chavales hablan en inglés pero no saben escribir su propio nombre. La casa de Jain, una buena casa, no tenía ni un libro. Hay que tener en cuenta que el vietnamita se escribe sobre la base de un alfabeto fonético de base latina inventado por un Jesuita francés (Alejandro Rodas), cuando las palabras son monosilábicas como el chino.
El acuerdo con el gran Khann de un coche a Hanoi se convierte en un microbús que nos lleva  a una estación de autobuses. Kahnn y sus negocios. Me niego. Volvemos al hotel, le pido las pelas y le digo que prefiero el tren. Vamos a la estación, que está al lado y compramos dos asientos blandos.
Los ocupa un surfero rubito con el pelo largo rizado que va durmiendo. Sus amiguetes son también rubios, llevan pantalones piratas de flores y zapatillas nike. ¡Arriba pajarito!
En Hanoi decidimos ir a Hài Phòng. Comemos cerca de la estación (arroz con verduras y cangrejos, muy rico, y el café country side) y luego compramos dos asientos duros de madera para Haiphong. Dos horas y media superdivertidas encima de las tablas y al aire de los ventiladores. Llega el grupo de revisoras. se lavan, se peinan, se ponen su uniforme azul, sus chapas y sacan las bolsas que pondrán a la venta: salchichas, abanicos básicos, mecheros... El vagón anterior es de una clase inferior, allí van las motos cargadas, bicicletas y bultos.
Van pasando niños que quieren ser dibujados, pero no quiero perderme el hermoso paisaje que hay detrás de la ventana, la cosecha del arroz, algunos caballos y carros repletos de arroz. Está nublado y el día se ha puesto denso. Los jefes de estación llevan dos banderas (roja y amarilla). Extendidas mientras el tren está parado y recogidas para partir. Los niños se comen una mazorca de maíz cocido y el tren empieza a balancearse.
A las dos horas ya duele el culo. Ellos están ágiles y cogen extrañas posturas. Ya todos somos amiguetes y hablamos como en un patio de vecinos. Los niños me enseñan sus camisetas de los Power Rangers Ninjas. Comentamos que cada clase en el tren corresponde a una clase social. y las mas bajas son las más divertidas.

Hài Phòng resulta un tanto pija, una ciudad europea. Es una de las más pobladas del país, en el delta del río Rojo. Cogemos un buen hotel por 15 dólares. Vamos al súper. Compro un pincel al que se le recarga la tinta. Paseamos por jardines y terrazas. En un bar nos ponen unas almejas riquísimas, mientras llueve. Hay muchas casas coloniales francesas y cafeterías con terrazas occidentales -casi sólo habíamos visto beber cerveza-. Todo es más bonito paseando, despacio.



lunes, 29 de agosto de 2011

26may09 ninh binh



A las cuatro de la mañana el soldado se arregla. Se lava bien la cara y las manos, y se seca con una pequeña toalla. Abre la ventana del pasillo y se enciende un cigarro. Se pone la camisa caqui, la gorra y se baja en la estación donde hemos parado. A las cuatro y media se levanta todo el mundo. Los lavabos se llenan. Amanece. Los campos de arroz aparecen otra vez entre la niebla. Grandes charcos reflejan un cielo pálido.
Llegamos a Ninh Binh, que ellos pronuncian como Nanbío o algo así. Abrazos para los soldados que llegan. Vamos al New Guest House, del que habla la guía, cerca de la estación. Los precios de la habitación y la comida son muy buenos. El chico es muy simpático, se llama Khann. La habitación es cómoda y agradable. No hay turistas. Desayunamos de maravilla.

Jain me arregla la correa de la cámara y luego nos metemos en su Lada, que nos lleva por todas partes. Una vuelta en un pequeño bote por Tam Coc sobre el río Van, entre campos de arroz donde, ahora mismo, están cosechando. En algunos tramos el río entra en cuevas y nosotros también. Hay turistas nacionales,que nos saludan amablemente. La barca la llevan dos hermanas que hablan francés, por lo que entendemos los comentarios sobre el paseo. Mientras una rema con los pies, la otra trata de vendernos bordados. Pero le digo que la madre de Beni borda que paqué, hace ganchillo y encaje de bolillos. No pueden con el José Mari.                                  Jain nos espera con su Lada. Nos lleva por caminos llenos de paja y granos de arroz recién cogidos. Están aventando. Acabamos en un templo escavado en la roca, un verdadero remanso de paz lacada. Subo a la cresta de la montaña rocosa dificultosamente, siguiendo un grupo de chavales, hasta unas vistas alucinantes del valle amarillo húmedo.
El Lada llega a los templos imperiales de Hoa Lu, antigua capital amurallada. Sencillos y agradables, con jardines y estanques. Paz, tranquilidad y algo de misterio en los antiguos altares familiares, las vitrinas con sus ropas, las impresionantes maderas policromadas de los techos. Estamos solos, cruzando puertas circulares.
Jain para en la terraza de un quiosco y nos clavan por no preguntar antes el precio. Le digo a Jain que el turismo acabará con los buenos corazones, lo convertirá todo en dinero. Rápido olvidamos en esos caminos entre búfalos, patos y paja. Nos para delante de un bote que nos llevará por el río hasta la ciudad flotante de Kenh Ga, nombre de los montes que vemos al otro lado. Hago fotos a los niños que se bañan y saludan. me gustaría que parase, pero sólo le gusta hacer bromas con los turistas dejándoles conducir. No hay tal ciudad flotante, sino un pueblo a la orilla del río, que usan el agua como vía de comunicación. Está nublado y una brisa nos refresca la calabaza. Un puente sirve de puerta. Una señora nos la abre.
Jain nos lleva a su casa y nos presenta a su madre, a su padre y las fotos de sus antepasados. Nos saca una bebida con alcohol y caramelo y una horchata de judías (vim). Le damos ochenta dólares por este cojodía.
Khann nos invita, en el hotel, a una bebida parecida al sake. Hacemos buenas migas, le hago un dibujo en el libro de visitas y lo recomiendo a los visitantes españoles. Pongo que es el hotel más limpio y barato de Vietnam y que él nos buscó un coche con chofer y nos acogió cuando llovía. El licor de arroz me emociona, como a otros el heroísmo o el amor.

no a la reforma constitucional



Madrid era una fiesta. Al ritmo de banda de percusión, los madrileños morenos y relajados paseaban por el Paseo del Prado y Alcalá, con carteles donde ponía NO, banderas republicanas y alguna ovejita. Al final, otra vez Sol, la plaza del pueblo.
Parece que la gente sigue indignada, sobre todo ahora que se ve que cuando les da la gana no es tan complicado cambiar la Constitución. Cada vez menos representados, un fantasma nos recorre: la Huelga General.

Dibujos en Neptuno, Cibeles y Sol.

domingo, 28 de agosto de 2011

25may09: de hoian a danang en el expreso de la reunificación


Pensamos que el calor está mermándonos las posibilidades del viaje.
Puesto que cada vez que bajamos al sur hace más calor, decidimos no bajar más y subir hacia el norte visitando el trayecto que nos hemos saltado en el avión. Negociamos unas motos para ir a la estación.
La taquillera habla ingés. Decidimos ir hasta Nihn Binh, pues llega a las cinco de la mañana, al fresquito de la mañana, una buena hora en Vietnam. Camas.
El expreso de la Reunificación es un tren lento que une Hanoi con Ho Chi Minh (antigua Saigón), un eje de comunicación de todo el país a precios populares y diariamente.
La sala de espera tiene aire acondicionado y un montón de filas de sillas mirando un televisor gigante y un acuario aún mayor. Dibujo a la gente buscando aquello que caracteriza a los vietnamitas: sus pómulos marcados, pelo lacio, ausencia de vello, narices chatas...Hay un cartel con un condón abrazado a una familia. Durante muchos años aquí se ha seguido la política de los dos hijos y aún pueden verse esas grandes manos haciendo el signo de la victoria.
El tren es puntual, para en la vía 2. La gente atraviesa las vías para cogerlo.Está limpio, ordenado y plagado de revisores. Me dan sábanas, almohadas y mantas. Una mujer se acerca para hablarme, parece sordomuda. Me habla con las manos y los ojos sin emitir un solo sonido. Luego, se pone a hablar normalmente con el resto de pasajeros vietnamitas. Quiere que me cambie por Beni, pues mi litera le pilla encima y se teme que la aplaste (en Vietnam no hay gordos). Le digo que le cambio el sitio a ella, pero eso ya no le gusta. En el camarote, de seis, también viaja un soldado con un maletín que se ha quitado la camisa, los zapatos y la gorra. Y debajo un fumador empedernido que sale de vez en cuando a echarse un cigarrillo.
El viaje es un auténtico placer. Todo el verde en su máximo esplendor. Toda la vida alrededor del agua: búfalos y familias trabajando, garzas, toda clase de patos y crías, abuelas segando con hoces, sampanes, palafitos y un fondo de montañas.
Los niños llevan sus orinales. A las cinco y media nos traen la cena. Ponen una mesa plegable en el hueco entre las literas y comemos todos juntos. Las señoras se ponen a limpiar y recogen todo. La de abajo da de cenar a la niña. Entonces me asomo a la ventana y me siento feliz recorriendo los campos mientras la gente se vuelve y saluda con el paso del tren.
 La gente vuelve despacio por los caminos y los niños aún juegan con las cometas. En los porches, dejan un momento las tazas de té y levantan la mano para saludarnos, como algo sublime que ocurre a diario. Los ciclistas en el paso a nivel, los niños sobre los búfalos, y los ferroviaros que mueven las agujas nos levantan la bandera. Es la hora Tao, cuando el último rayo pasa entre los árboles e ilumina la hierba. Y nosotros nos sentimos felices.

sábado, 27 de agosto de 2011

24may09 hoi an - my son


Salgo a la puerta de la calle a las cuatro y media. Aquí no hay ni motobike, ni conductor.
Aquí esta el colega que masca un poco español porque estuvo en Cuba. Hablamos un idioma surrealista hecho con palabras de todas partes. Salimos a las seis, en dos motos, al santuario de My Son.
El primer grupo de templos es el más alucinante, con esta luz lateral del amanecer y el sonido de las chicharras. Aquí solos ante unos templos de ladrillo abandonados, semidestruídos y comidos por la vegetación. Aún pueden verse los boquetes de las bombas americanas. Llega otra moto con un sueco (Henrik) y, más tarde, los autobuses de turistas. Es el momento de largarse.
desayunamos en el Tam Tam Café. Hay un cincuentón al que le gustan los muchachos vietnamitas que está invitando a tres chavalillos. Uno de ellos me pide tabaco y le dice a Beni que se parece mucho a su madre. Ella siempre mimetizada y yo dando el cante con la barriga y el pendiente.
El patio del hotel (en el dibujo) es como el de una casa. Los niños juegan con un perrito. Una señora barre con una de esas escobas que usan con una sola mano, tiene unos treinta años. Yo confundo unos con otros y a ellos les pasa lo mismo con nosotros.
Me vienen imágenes de los búfalos de agua y las mujeres metidas en el agua de los campos de arroz. Los hombres arando con unos tractores pequeños de ruedas metálicas. El patio de un colegio abarrotado de niñas uniformadas, respondiendo todas a la vez a la voz que habla desde un altavoz.
Paseamos por el río al atardecer, cuando toda le gente y sus barcas brillan. En el patio de un restaurante, probamos el Cao Lau, fideos gordos con carne de pato, brotes de soja y cortezas cortadas en cuadraditos. Nos gusta. Las mesas están ocupadas por camareros con la consigna de hacer bulto.
Un paisano pasa con una báscula grande que también mide la altura, un lisiado vende periódicos en francés e inglés, un ciclista con un perrito en el portaequipajes, guiris cansadas... aquí sentados, mirando la calle, estamos tan entretenidos como los marroquíes bebiendo té en sus terrazas cotillas.

economía para todos

¡Lo bien que se explican estos chicos y lo mal que lo hacen en la tele! Se lleva uno la impresión de que deliberadamente no quieren que se entienda. Al final es la Gran Mentira. Como si hubiera cosas inamovibles con un origen divino. Se evita hablar de los esencial, de la génesis, del origen de las cosas y los sucesos.
Lo cierto es que nos la quieren meter otra vez de rondón y cambiar la Constitución, que ellos enseñan como si fueran las Tablas de la Ley Divina, en algo que nos afecta y mucho. Una decisión nacional que viene dictada desde fuera, lo que antes llamaban injerencia.
De estas cosas se habló ayer en la Plaza del Carmen. Fue una asamblea amena e interesante, con dos generaciones intentando explicar y comprender qué es lo que está pasando, cómo se ha llegado a esto y cómo ser partícipes en el dónde llegaremos.

Desde otra perspectiva, más sentada y colorista, Enrique también dibujó la asamblea aquí.

viernes, 26 de agosto de 2011

23may09 danang-hoian


















Es curioso que despachen cerveza San Miguel justo enfrente del Hotel San My Khe, que suena parecido.
Me levanto con la idea de visitar las tumbas de los soldados españoles en el Puerto de Tien Sa, en la Bahía de Da Nang. Estos soldados vinieron en una expedición de castigo franco-española tras el asesinato de varios misioneros españoles y franceses en la península de la Cochinchina (traducción sonora del nombre chino colinas de huellas cruzadas) allá por el año 1858. Unos barcos atacaron Saigón y otros Danang. La mayoría de las bajas no fueron en combate, morirían al año siguiente de cólera, disentería, tifus y fiebres varias. Después los españoles abandonarían la zona (tras cinco años sin suministro ni atención española), dejando la colonia a Francia; que sería el inicio de la colonización de la llamada Indochina. Nosotros sólo nos trajimos esa palabra que usamos por el lugar más lejano.
Veo que también se bañan antes de trabajar. Desayuno y alquilo una moto en el hotel. 12.000 la hora. A los dos kilómetros se queda sin gasolina. Se acercan dos policías. Me montan en su moto, me llevan a una casa y le piden gasofa a una señora, que saca un bidón de tres litros. Ella se monta atrás, con el otro poli. Me llenan el depósito y me arrancan la moto. Llevo a la señora a su casa. Me invita a entrar. Le pago 25.000 d. Llama  a sus hijos para que los conozca y les hago una foto con ella.
A la del hotel le armo la bronca. ¡Está loca, una moto sin gas!. Me da la opción de cogerla otra vez, pero Beni ya está lista. Le pido los 25.000 de la gasofa. Me dice, en broma pero para ver si cuela, ahora págame el alquiler.
Bus a Hoian. Da la vuelta a la ciudad y luego atraviesa las Montañas de Mármol. Mogollón de negocios de esculturas y lápidas. Han prohibido la extracción de este mármol antes de quedarse sin montañas, ahora se importa de China. Las casitas son como las chinas: porche en la fachada (norte) y patio atrás (sur), también la decoración las recuerda.
Nos quedamos en el Hotel Phú Thinh, en el centro histórico. Frigo, aire acondicionado y ventilador por14 dólares.
Hoian, o Hoi An, es un pueblo no bombardeado en la guerra, que mantiene su aspecto antiguo, chino. Aspecto que se explota turísticamente. Incluso hay funcionarias que vienen diariamente a las casas que hacen de habitantes presentables. En nuestro bus venían varias disfrazadas desde Danang. Lo peor es este calor insoportable. Los helados se derriten al instante.
Comemos con los vietnamitas en el mercado. Nosotros señalamos las perolas y una señora nos va poniendo. Seguidamente, nos vamos al fresquito del hotel a echar la siesta.
Cuando el sol empieza a ponerse, salimos. Visitamos una fábrica de seda (la mayoría de los empleados son gusanos), el mercado grande, el puente japonés de madera y techado, casas orientales y coloniales francesas y sus patios. La calle se llena de farolillos chinos y el pueblo adquiere un aire aún más exótico. Y también de turistas. Alguien nos propone un viaje en moto a My Son a las cinco de la mañana, cuando todavía no hace calor y los turistas no han invadido estas ruinas Champa.

El santuario My Son era el centro religioso de la antigua capital del reino Champa. La mayoría de las torres son del siglo X. Ahora tomadas por la vegetación, pueden verse las ruinas que los norteamericanos dejaron en pie. Es una cultura muy influenciada por la religión hindú y muchos de los templos fueron erigidos para venerar a deidades como Krishna, Vishnu o Shiva.

jueves, 25 de agosto de 2011

un paseo por santa ana




Todos los males se curan con un cuaderno y unos cuantos colorinchis. Hace una tarde nublada y fresca. Aprovecho para dar una vuelta por el centro de Madrid. Un banco en Santa Ana y un café con leche en el Viva Madrid, charlando con William, el camarero. Hoy todo me parece bien. A la vuelta, me parezco a mí mismo.

22may2009 my khe beach




Me despierta una música francesa. Nueve horas de un tirón, estamos relajados. Mosquitos. Un pájaro me manda señales mientras me ducho. Miro esa especie de manguera con sifón que aquí tienen los retretes para la ablución genital. Iré a dar una vuelta mientras Beni duerme.
Este sol tan fuerte te hunde en la miseria. En la playa, sólo dos guiris. Sentado frente a un resfresco, dibujo la playa con unos pequeños botes circulares que son de fibra vegetal trenzada e impregnadas de brea. El jefe me señala las montañas de mármol (Ngu Hang Son). Todo el mundo quiere ver el dibujo y una chica se empeña en ver el cuaderno entero.
Con Beni, volvemos a la playa. Nos ponen los refrescos en una fresquera con hielo. Nos pasamos el hielo por los brazos, la cabeza, la nuca. Descubrimos que la gente usa la playa a partir del atardecer. Una señora nos ofrece los perritos calientes de Vietnam, una masa rosada envuelta en hoja de palma del tamaño de un huesito y en atados de diez, por medio euro. Los llaman Vietnam Chà.
Del otro lado ya llevan diez Saigón Export y ya están bolingas. Tienen la cara roja y me recomiendan esta cerveza a voces. Con este calor no apetece nada. Hay que huir a la selva y ver los elefantes y el rino de Java.
Las chicas van totalmente tapadas para mantenerse blanquitas. Llevan manga corta y unos guantes largos que les tapan los brazos, gorra con visera y un pañuelo tapándoles la cara.
Descansamos en el hotel hasta el atardecer.
En la playa juegan al fútbol. Nos ponen unas almejas como platillos de café con menta, apio y chile; en un plato, rodajas de limón y sal. Nos jalamos casi treinta, están buenísimas. Disfrutamos de la hora como vietnamitas. El mar se ha puesto azul metalizado y la espuma amarilla.
De golpe se encienden las luces de los barcos, blancas como estrellas. Una bici pasa con un fuego encendido en el portaequipajes. Cientos de cabecitas en el agua, al fondo. Los chiringuitos encienden los fluorescentes y se oye como nunca el bullicio mezclado con el estruendo de las olas.
Después de pasar toda la tarde tumbados en las hamacas, mirando el mar y el cielo estrellado con nuestras cervezas y refrescos, la señora nos cobra dos euros. Beni se anima a probar esos cangrejos que comen ellos. El jefe nos trae unos como bogavantes. No, como los de ellos. Luego viene el típico vietnamita de barba larga y cana con unos panecillos que huelen a gloria. Quizá sea demasiado. Con mi bolígrafo, se escriben en la mano para entendernos. Nos divertimos, es una pena que haya que esperar a que la gente vuelva de Danang, a partir de las cinco de la tarde, para ser felices.

miércoles, 24 de agosto de 2011

metamorfosis

 Pero a la mañana siguiente, cuando Mr. Tebrick despertó, se llevó un disgusto al comprobar que ella no estaba en la cama, a su lado, sino enroscada a sus pies. Durante el desayuno ella apenas prestó atención a lo que su marido le decía, y luego lo hizo; pero mostrando impaciencia y mirando la paloma de la jaula.
 Mr. Tebrick se quedó sentado en silencio y mirando por la ventana durante un buen rato y luego sacó del bolsillo la cartera. En ella llevaba una fotografía de su esposa, tomada poco después de la boda. Ahora contemplaba largo rato aquellas facciones familiares, para después alzar la vista  y mirar al animal que tenía ante sí.
                         De dama a zorro. David Garnett

martes, 23 de agosto de 2011

21may09 hué-danang




 Desayunamos con un montón de franceses con la Lonely Planet. Paseando hacia la estación me acerco a una barcaza-vivienda a dibujarla. Los hijos salen de ella y se acercan a ver el dibujo. Se ríen cuando dibujo a uno de ellos subido a la barca. Llegan los padres, se suben y se internan en el río.
Un chaval tira una piedra con un tirachinas, sale corriendo y vuelve enseñando a Beni el pájaro muerto.
 Esto es la despedida de esta ciudad fácil que vive alrededor del río. En la orilla hay muchos quioscos donde hacerse fotos junto a elefantes, caballos dorados o la Torre Eiffel. Aquí la gente pide fuego por la calle, no hay mecheros en las mesas de los bares. Los jardines tienen estanques y piedras, junto a plantas y árboles, en busca de una armonía que genera paz y tranquilidad. Los puentes en zig zag, las piedras blancas sobre el campo verde, los árboles sagrados, el dragón dormido en Halong.
Andén 1. El vagón 8 tiene ventiladores y aire acondicionado, compramos barritas de maní con azúcar. Dos abuelos en pijama entran delante de nosotros. Ella lleva el típico cono (Món Lá) en la cabeza. La gente se descalza y se pone cómoda. Nos traen una bandeja de comida y una botella de agua. Sopa de pollo con berejenas y cerdo y alcachofas con arroz. Muy bien.
El tren chirría subiendo costosamente en la orilla del mar por túneles excavados en la roca rosada. La gente tiene una agilidad extraordinaria, cogen posturas difíciles sin quebrarse, viéndose más dedos de pies que de manos.
Desde la ventana vemos la selva y chozas improvisadas entre el verde refulgente. Al fondo, una cala de arena amarilla. Dibujo a los viajeros y a una de las revisoras, concentradas alrededor, que hace cosquillas en el pie a Hung.
En Danang, un taxi nos lleva al Museo de Escultura Champa (que conocímos en India), cuyo director es un auténtico erudito. Pueden verse trabajos muy delicados y algunos graciosos como las representaciones del mono.
Elegimos un hotel en la playa con un nombre sospechoso: Romance. Es nuestra hora favorita y la playa está llena de vietnamitas. Pillamos dos hamacas con mesita y fresquera con cocacolas y cervezas de lata. Esta es la playa de My Khe, donde los soldados americanos hacían surf en su agua picada de invierno y otoño.
Nos bañamos en medio del gentío. Somos los únicos turistas y damos el cantazo. Las mujeres se bañan vestidas. Somos felices con la brisa, sentados mirando a las familias disfrutar un lunes.
Nos hacen un plato caliente, picante y riquísimo de pasta con ajo. Cogen cosas de allí y allá y me lo montan en un pispás. Estamos tan bien, que alargaremos la estancia.
Nos duchamos en el hotel y descansamos. Luego, damos otra vuelta por la playa llena de quioscos. Las mujeres van con sus pequeños vendiendo comida. Siempre las mujeres sacándonos adelante.
Como el turismo es local, esto es muy barato. No debe estar en las rutas de las agencias. Finalmente, nos tomamos unas cervezas La Rue con unos rollitos y un pez a la brasa con una salsa deliciosa. ¡Esto es demasiado!

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lunes, 22 de agosto de 2011

20may09 hué



A las 5:30 una fuerte luz me despierta. He dormido de un tirón. Beni sigue. No estamos notando los mosquitos, todavía no hemos usado la mosquitera.
Hay una discusión en la calle. Una chica pega con unas chanclas a un paisano que pone las manos para evitar el golpe.
Vamos a la Pagoda de Thien Mu. Es una pagoda de siete pisos, símbolo de la ciudad. Cada uno de ellos representa a un buda aparecido bajo forma humana. Al lado una estela sobre una tortuga, símbolo de la longevidad. Cuando la dibujo, un grupo de adolescentes me rodean. Les enseño lo que llevo de cuaderno y enloquecen. Se hacen fotos conmigo con él abierto.
Detrás hay un templo con niños monjes, que sorprendemos en la escuela, y el Austin donde, en 1963, un monje se quemó a lo bonzo para protestar contra el gobierno.
Volvemos orillando el río. Un niño nos muestra su casa-barca. Es una barca de madera con el techo abovedado, muchas familias viven así, sobre el río Perfume. El más chico es el jefe de la casa. Adoran a los niños. Son gente muy humilde. Me dejan hacerles una foto. Les doy 2000 dongs. Después recorremos la Ciudadela y allí bebemos jugo de coconut con hielo.
Relax en el hotel, hace mucho calor. Me baño y me fumo unos Vinataba sobre la cama, con el ventilador y el aire puestos. Beni se pone de los nervios ante la idea de alquilar una moto para ver las tumbas imperiales. Nos relajamos y vamos a la estación a comprar los billetes para Danang. Comemos enfrente de la estación, en unos restaurantes populares a la sombra de unos árboles gigantes. Todo bueno aunque escaso. La camarera no habla inglés y me manda a un señor para ver qué coño queremos. Huele a petróleo. Mientras me bebo el zumo, vemos pasar unas ratas bien grandes. Resulta caro para lo chusco que es, supongo que por ser turistas.
Nos sentamos en una buena terraza a tomar café, a la orilla del río. Sentados en una mesa, me tomo mi tiempo para dibujar la vida en el agua.
Con la moto, visitamos templos y las tumbas de los reyes. Monjas rapadas nos hacen reverencias. Paseamos por sus jardines, disfrutando del domingo. A la vuelta, llegamos al paseo fluvial. Hay un parque infantil con cientos de niños con sus padres. Nos divertimos viéndolos montados en esos cachivaches tan antiguos como el tren cohete estelar y los patos voladores.
Y otra vez la moto para dar la última vuelta a la Ciudadela aprovechando la hora mágica. Los jardines están llenos de paseantes pisando un suelo brillante. Los vemos desde una terraza delante de una jarra de tres litros y unas tortas con semis de sésamo.  Beni ya no quiere más moto. Allí está el dueño saltando de alegría. Es muy simpático, nos saluda cada vez que nos lo cruzamos, orgulloso de su moto y del negocio del día.
Cenamos otra vez en el Paradise Garden, en el malecón, viendo como el puente cambia de colores. Muy bien: sopa de cangrejos con setas, excelente; y el pescado grillé, que se sale, sobre todo la parte de cabeza. Nos sale por unos 5 euros los dos. Se está fresquito junto al río. Dan ganas de quedarse hasta que, día a día, agotásemos la carta.

domingo, 21 de agosto de 2011

teotihuacan en madrid



Impresionante y regocijante exposición en el CaixaForum de Madrid (Paseo del Prado 36) sobre la más grande ciudad prehispánica del continente americano. Su nombre significa ciudad donde fueron hechos los dioses y fue una metrópoli de unos 20 kilómetros cuadrados y casi 200.000 habitantes, centro económico, político y religioso durante varios siglos, desaparecida ya a la llegada de los españoles. Yo visité esta ciudad en el 91 y subí a las pirámides del Sol y la Luna. Ni en el inmenso Museo Nacional de Antopología mexicano pueden verse estas más de cuatrocientas piezas, algunas halladas recientemente en la Pirámide de la Serpiente Emplumada. El criterio pedagógico y accesible de esta institución hace todavía más recomendable esta exposición.

Cuando aún era de noche,
cuando aún no había día,
cuando aún no había luz,
se reunieron,
se convocaron los dioses
allá en Teotihuacan.
Dijeron,
hablaron entre sí:
—«¡Venid acá, oh, dioses!
«¿Quién tomará sobre sí,
«quién se hará cargo
«de que haya día,
«de que haya luz?»

                                           Primeros Memoriales, de Bernardino de Sahagún

Aquí una representación de Tláloc

19may09 hanoi-hué




Toda la noche lloviendo. Vamos al aeropuerto en un pequeño bus de Vietnam Airlines. El campo está chorreando. Barcazas en el río que se pierden en la niebla.
Es un aeropuerto pequeño y fácil. Se ríen de las chapas de cerveza cuando pasan por los rayos. El bar está abandonado y los empleados desayunando. Grito help, help! y una chica se levanta para atendernos. La sala de espera es un mercadillo donde venden esculturas de madera, joyas, bombones y ese montón de chorradas que no sirven para nada.
En Hué parece que va a dejar de llover. El bus nos deja en el Hotel Haidang. Nos piden 15 usd, le regateo y se queda en 12 sin desayuno. Aunque hay muchas motos, comparada con Hanoi, ésta es una ciudad muy tranquila. El alquiler de una moto por un día sale por unos cuatro euros. Nos vendría bien para visitar las tumbas y pagodas de los alrededores.
Cruzamos el Río del Perfume por un largo puente metálico, enfrente está la ciudad imperial. Cruzamos dos fosos periféricos y visitamos el palacio. Le doy a la chica los 50.000 d como si volaran y yo estuviera llorando en la despedida. Es tan grande que mejor tomárselo con calma. Lo que más me gusta es aquello que está en ruinas y aún no se ha restaurado. Trozos de palacios desolados, comidos por las plantas. Dibujo uno de los palacios Trieu Mieu apuntalado. Hermosas figuras con azulejos y nácar de guerreros, dragones, tortugas y aves. Salimos los últimos a la hora mágica. Al cruzar un puente, el río y los motoristas parecen de oro. Patinetes con forma de cisnes, niños fumando a escondidas.
En la Ciudadela hay quioscos con terrazas. Jarras de cerveza de dos litros por medio dólar. Los que he dibujado llevan dos cajas de cervezas Tiger y ya se han descalzado.
Unos cafés en la orilla del río. Me tomo uno con ron dulce entre sapos y gatos. Lo peor son los mosquitos. El café se sirve en una especie de filtro metálico sobre un plato que se pone encima del vaso. Es lo que llamo la pagoda de café. La luz se va escondiendo detrás del palacio silueteando las palmeras, el estandarte y los falsos cisnes.
Cenamos en un restaurante muy recomendable: Paradise Garden. Es un edificio colonial con un gran jardín iluminado con faroles en los árboles y vistas al río Perfume. Camareros elegantes de uniforme y muy buenas viandas a muy buen precio. Una chica toca el violín.
Sopa de cangrejos con vegetales, riquísima. Salchichas de cerdo a la brasa para hacer rollitos de papel de arroz con hojas y brotes de soja con una salsa de tamarindo con frutos secos. Todo regado con la cerveza local Festival (en la etiqueta  aparece la entrada del Palacio Imperial).
De vuelta al hotel, compramos agua a un niño que tendrá dos años, da voces y es el amo. Hay bebidas con una serpiente buceando. En la tele ven bolei.