lunes, 29 de agosto de 2011

26may09 ninh binh



A las cuatro de la mañana el soldado se arregla. Se lava bien la cara y las manos, y se seca con una pequeña toalla. Abre la ventana del pasillo y se enciende un cigarro. Se pone la camisa caqui, la gorra y se baja en la estación donde hemos parado. A las cuatro y media se levanta todo el mundo. Los lavabos se llenan. Amanece. Los campos de arroz aparecen otra vez entre la niebla. Grandes charcos reflejan un cielo pálido.
Llegamos a Ninh Binh, que ellos pronuncian como Nanbío o algo así. Abrazos para los soldados que llegan. Vamos al New Guest House, del que habla la guía, cerca de la estación. Los precios de la habitación y la comida son muy buenos. El chico es muy simpático, se llama Khann. La habitación es cómoda y agradable. No hay turistas. Desayunamos de maravilla.

Jain me arregla la correa de la cámara y luego nos metemos en su Lada, que nos lleva por todas partes. Una vuelta en un pequeño bote por Tam Coc sobre el río Van, entre campos de arroz donde, ahora mismo, están cosechando. En algunos tramos el río entra en cuevas y nosotros también. Hay turistas nacionales,que nos saludan amablemente. La barca la llevan dos hermanas que hablan francés, por lo que entendemos los comentarios sobre el paseo. Mientras una rema con los pies, la otra trata de vendernos bordados. Pero le digo que la madre de Beni borda que paqué, hace ganchillo y encaje de bolillos. No pueden con el José Mari.                                  Jain nos espera con su Lada. Nos lleva por caminos llenos de paja y granos de arroz recién cogidos. Están aventando. Acabamos en un templo escavado en la roca, un verdadero remanso de paz lacada. Subo a la cresta de la montaña rocosa dificultosamente, siguiendo un grupo de chavales, hasta unas vistas alucinantes del valle amarillo húmedo.
El Lada llega a los templos imperiales de Hoa Lu, antigua capital amurallada. Sencillos y agradables, con jardines y estanques. Paz, tranquilidad y algo de misterio en los antiguos altares familiares, las vitrinas con sus ropas, las impresionantes maderas policromadas de los techos. Estamos solos, cruzando puertas circulares.
Jain para en la terraza de un quiosco y nos clavan por no preguntar antes el precio. Le digo a Jain que el turismo acabará con los buenos corazones, lo convertirá todo en dinero. Rápido olvidamos en esos caminos entre búfalos, patos y paja. Nos para delante de un bote que nos llevará por el río hasta la ciudad flotante de Kenh Ga, nombre de los montes que vemos al otro lado. Hago fotos a los niños que se bañan y saludan. me gustaría que parase, pero sólo le gusta hacer bromas con los turistas dejándoles conducir. No hay tal ciudad flotante, sino un pueblo a la orilla del río, que usan el agua como vía de comunicación. Está nublado y una brisa nos refresca la calabaza. Un puente sirve de puerta. Una señora nos la abre.
Jain nos lleva a su casa y nos presenta a su madre, a su padre y las fotos de sus antepasados. Nos saca una bebida con alcohol y caramelo y una horchata de judías (vim). Le damos ochenta dólares por este cojodía.
Khann nos invita, en el hotel, a una bebida parecida al sake. Hacemos buenas migas, le hago un dibujo en el libro de visitas y lo recomiendo a los visitantes españoles. Pongo que es el hotel más limpio y barato de Vietnam y que él nos buscó un coche con chofer y nos acogió cuando llovía. El licor de arroz me emociona, como a otros el heroísmo o el amor.

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