jueves, 21 de julio de 2011

camino aragonés: yesa no




Cuando me levanto por segunda vez, sólo quedan nuestras botas en la estantería y las zapatillas de los ciclistas. El alemán del pelo largo, que ya es checo, se está haciendo el almuerzo en su cocina de butano. Laly está dormida esperando a su gruñón.
Bajamos un camino solado laboriosamente entre mucha vegetación. Hay carteles para conocer los nombres de los árboles. Abajo un camping y la pequeña ermita de Santiago, con la típica portada románica de arcos concéntricos. Una gran piedra azul nos avisa de que será inundada por el recrecimiento de Yesa.
Tengo que acelerar para pillar a mis compas, cosa que hago en la larguísima cuesta de ocho kilómetros. Al llegar arriba del todo vemos la torre forticada y las casas altas de Undués de Lerda. Bajo corriendo para evitar el dolor, cruzo el río y subo al pueblo por una calzada romana. En la plaza, Laly está comprando melocotones al camión de la fruta. Albergue-bar, coca cola y medio bocata de jamón con aceite y tomate. Y después un cigarrito. Maricielo me acompaña. Está contratada para el bar, pero sólo en verano. Me dice que en invierno raramente llega un peregrino loco. Mientras vienen los demás, me dibujo la plaza del Padre Pardo (jesuita) mientras me bebo una cerveza.
Caminamos entre rosales retirando las ramas pinchudas con el palo. Luego viene el tedio del camino ancho entre el cereal. Encuentro a César, el colombiano, que me acompaña un rato. Hasta que vemos un olivo gigante, que le muestro, y sólo quiere fotos y fotos para mandar a su país. Allí no hay olivos, me dice.
A los pocos metros ya vemos Sangüesa, un pueblo de cinco mil habitantes que parece mucho mayor. Hay muchos monumentos y mucho movimiento. Pasamos una puerta y un trozo de muralla (siglo XIII) junto al río Aragón (por aquí, bastante grande). Seguimos la rivera hasta que nos encontramos con la iglesia de Santa María la Real. ¡Hala! Portada gótica impresionante. Arcos concétricos con santos y motivos florales. La han restaurado y le han puesto un marco de hierro para protegerla que la separa (desintegra) del resto. Los rincones que dejan los arcos con el rectángulo en que están inscritos es un campo caótico lleno de seres extraños desproporcionados que hasta bajan a las columnas para anidar en ellas. Veo una serpiente amamantando a una mujer. Del crucero sale una enorme aguja, a lo francés.
Comemos en el Veinte, 1920, que es una casa de comidas de curritos. Allí está Lourdes, la masajista. Tiene mal un pie y tiene que abandonar. Se va con César mañana a Zaragoza.
Después de una siesta, hacemos la visita turística: los conventos de los capuchinos y de los carmelitas, iglesia de Santiago, frente al hospital de peregrinos, el palacio de Vallesantoro, iglesia de San Salvador, la casa consistorial,... Sangüesa fue una importante ciudad fronteriza entre los reinos de Aragón y Navarra.
Cenamos de raciones (riquísimo el moje arriero) en el bar más facha del pueblo (Acuario) y luego nos bebemos unas copas en El dos caballos. De vuelta a casa, cruzamos el puente metálico sobre una rejilla que nos simula levitar sobre las aguas del Aragón.

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