miércoles, 25 de mayo de 2011

un café frente a la iglesia del cristo




























Manolo ha puesto terraza en la puerta de la tetería. A mí me viene de maravilla porque mi casa es esa que se ve con dos chimeneas en la parte derecha del dibujo. Así que hoy el café trae premio.

La ermita de San Cosme y San Damián, o del Cristo de la Columna, o el Cristillo (con esa forma tan manchega de quitar importancia a las cosas), es una iglesia pequeña con forma de cruz, con dos aguas en el techo de la nave principal y con cuatro en el crucero, fruto de la ampliación, en el siglo XVIII, de otra ermita más pequeña construida en el XV.
Me gustan especialmente los contrafuertes (que producen un juego de luces y sombras estupendo por la tarde), la espadaña y el patio, que me encantaría que tuviera un carácter más público. También que se haya respetado un espacio grande no construido a su alrededor.

Cuando era pequeño, esto era casi el final del pueblo (de hecho mi calle tiene el nombre de ronda) y la parte de la espadaña tenía una pequeña vivienda y un montón de escombros que, en esta época, se llenaba de hierba. La gente cruzaba por los montones por un pequeño sendero. En la parte trasera había un cementerio en desuso, con lápidas rotas muy evocadoras (evocaciones terribles para mi edad). Dicen que tenía dos partes: la católica y la no.
En esa pequeña vivienda, vivía, al menos durante la guerra, una familia muy humilde con varias niñas. El abuelo de mi madre, Ignacio, que se vino del Madrid bombardeado, iba con frecuencia y al atardecer, a la ermita, visitando siempre a esta simpáticas chicas, a las que les regalaba un juego de maricotas que traía de la capital.

La moda espantosa de la pavimentación desmedida, de los espacios sin tierra y sin árboles, ha llegado también aquí. Han hecho una esplanada tremendamente soleada, destruyendo los árboles y plantas que había en su pequeño jardín. No creo que acabar con las humedades de la iglesia justifique tamaño destrozo, y menos privarnos de sombra en verano.

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