sábado, 28 de mayo de 2011

en nerja

 Después de un potente desayuno continental, bajamos al río Chillar. Preciosos los jacarandas con sus flores moradas a tope y, luego, ya en el río, pinos, cañas de azúcar y un bosquecillo de eucaliptos con una vieja central junto a la acequia. Algunos se bañan en la cascada y otros en las pequeñas presas hechas con piedras. En la orilla, higueras, adelfas y mirtos. En la parte ancha del río, chinatos blancos en las orillas e islotes. Luego, el río se va estrechando y hay que hacer la mayoría de la ruta andando sobre el agua (imprescindible llevar buen calzado, por las piedras, que sabemos quedará empapado, pantalones cortos, por encima de las rodillas, y un macuto para que no se nos mojen los bocatas, la máquina de fotos y la cartera). Paisaje vertical con mucha vegetación, esencialmente pinos, entre las rocas.
 Mientras los compañeros se jalan el bocata, yo aprovecho para dibujar el cortado donde los pinos se agarran milagrosamente. El bacon y los huevos juguetean en mi estómago. Por las prisas uso sólo un pincel de acuarela marrón.
La parte más bonita y espectacular viene cuando el Chillar se va encajonando en paredes curvas y verticales que el agua ha ido limando con formas de pequeños meandros. Esto hace que el agua esté más alta y nos llegue a las rodillas, sobre todo cuando es tan estrecho que podemos tocar las paredes de ambas orillas a la vez. Entonces vemos como las paredes se pierden hacia el fondo, una tras otra, como los bastidores de un teatro caprichoso, bajo una luz cuya fuente se adivina muy a lo alto, filtrada por las ramas de los pinos que nos regalan gotas intermitentes de agua. Alunicinante.
La ruta es fácil pues todo es llano y a la sombra, con la única dificultad de estar andando con los pìes sumergidos en el agua y pisando piedras, en algún tramo, bastante gorditas. Menos mal que me pelé una caña seca que he usado de bastón. Otro peligro es que caiga una china desde arriba, que hoy le ha pasado a Horneros. Se nos hace un poco tarde y volvemos sin ver la zona de patos y las pequeñas cascadas.
A la vuelta, descansamos a la sombra de un gran eucalipto, que marca el inicio a la ascención al pueblo (primer dibujo).


Comemos paella como buenos guiris. El hotel está plagado de ingleses jubilados. Y después nos vamos a la playa de Burriana. Afortunadamente no es temporada alta y hay grandes claros al final. Nos instalamos frente al parador. La playa es de chinatos. Nos bañamos. El agua está buena, pero no tan transparente como en el Cabo de Gata. Dibujo un poco mientras el sol me tuesta. Casi todas las piedras son blancas como de alabastro y con formas casi perfectas. Prefiero la variedad.

Esta playa es muy bonita, encajonada entre las verdes montañas del final de la Cordillera Penibética . Y el clima es perfecto. Las plantas parecen estar en el sitio para el que han nacido, y muestran todo su esplendor. Buganvillas, olorosas lantanas, todo tipo de grasas. Los setos se han convertido en enormes cipreses.


 Dibujo a Ángel con sus gafas, a una familia completa y a una gorda que toma el sol y las aguas sentada. Cuando la cosa parece no dar más de sí, subimos al hotel cogiendo trozos de cactus y algún geranio para la huerta. 

Nos damos un baño en la piscina y cenamos rapidito, que juega el Barça la final de la Champions y hemos jugado una porra.

Por la noche vemos el casco viejo. Está todo lleno se restaurantes para guiris. Da la impresión de que han convertido el pueblo en un negocio, en una empresa pinturera. Más abajo del Balcón de Europa hay una plazoleta de bares de copas. Mogollón de chavalillas con tacones altos y chavales de gimnasio.
Hace cincuenta años, esto debió ser un paraíso. Hoy es una factoría.

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