lunes, 11 de abril de 2011

denver, minas de oro, cortijos y pistoleros

Vamos a Rodalquilar, a ver su Jardín Botánico. Cierra los lunes. Vamos hacia arriba con el ánimo de ver todo este precioso valle y saltar a la caldera de Rodalquilar, creada hace millones de años por la erupción de un volcán y explotada en minas, desde finales del siglo XIX hasta 1990, para la extracción de mineral de oro. Primera parada en la Planta Denver, instalación metalúrgica inaugurada por Franco en 1956. Su gran capacidad, la mayor de toda Europa occidental en esa época, fué su propia ruina; cerrándose en el 66. Impresionante escombro industrial altamente contaminante, por el uso de metales. Va cogiendo el color de los cerros circundantes y la vegetación va integrándola al medio (puede verse en los dos primeros dibujinchis).
  Saltando la cúspide, se ve toda la caldera, ahora verde, llena de socavones rojizos (la empresa St. Joe sólo extraía a cielo abierto) y numerosos agujeros. Precioso juego de montañas que cruzamos por un ancho camino de tierra. En un momento, encontramos, a la derecha, un camino enmarcado por dos filas de pitas que acaba en el Cortijo del Fraile, milagrosamente en pie. Desconchado y agrietado, mantiene su capilla, con su pequeño campanario. En la cripta, han desaparecido losas, cajas y huesos. Aquí, dicen, acontecieron los dramáticos sucesos que darían el argumento para Bodas de sangre, de Lorca. Aunque más árabe que otra cosa (sus bóvedas blancas, palmeras y aljibe), las pitas importadas le dan un aspecto mejicano que lo convirtió en decorado de muchas películas del oeste italianas de los años 60, como El bueno, el feo y el malo, Yo soy la revolución o El tiempo de los buitres. Dibujo el cortijo y su aljibe que, al ser reconstruido, parece completamente nuevo. Dibujo los aljibes que veo por la zona, de modelos y tamaños distintos. De simple pozo tapado, a largos depósitos con bóvedas de cañón, con piletas, abrevaderos y balsas de decantación.
  Camino de Los Albaricoques vemos tres olivos increíblemente grandes, los más grandes que haya visto, descontando el que hay cerca de Agua amarga, que creo han protegido con una verja. Hago posar a Beni, para que veáis el porte de estos magníficos seres. La zona es de huertas regadas por goteo y cuidadas por marroquíes, muy bien por cierto. Da gusto ver tanto cultivo y tan bien ordenado, la gente cosechando, después del rezo, a la una, mirando al este, encima del pasto.
  Terminamos en Los Albaricoques, en el bar restaurante Alba, en cuyo rótulo aparece un revólver. Y es que esto fue un pueblo mejicano en Por un puñado de dólares, y todo el bar está lleno de fotos, autógrafos y pinturas murales con Clint Eastwood y Lee Van Cleef pegando tiros. Ya es muy tarde para comer y nos apretamos unas tapas (parecen raciones) de caracoles y conejo, regadas con cerveza fresquita. Nos damos por comidos y sólo nos ha costado cinco euros.

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